Lomas de Zamora se vistió de pólvora y llamas la noche del martes. Un “velorio tumbero”, uno de esos rituales macabros que parecen sacados de una película de acción violenta, se apoderó de las calles. El motivo: la despedida de Aaron Orellana, un joven de 22 años asesinado por una banda narco. Lo que siguió fue un despliegue de violencia que dejó a la comunidad en shock y expuso la brutalidad del narcotráfico en la zona sur del conurbano.
Motos en llamas, balas al aire: la escena del crimen
Las imágenes, captadas por celulares y viralizadas en cuestión de horas, muestran escenas que hielan la sangre. Dos motos, presuntamente robadas a la propia banda que asesinó a Orellana, ardieron en llamas mientras una multitud enfurecida disparaba al aire. El sonido ensordecedor de las detonaciones se mezclaba con el crujido del fuego, creando un ambiente caótico e intimidante. Una fiesta macabra para el chico asesinado, ¿una celebración de la impunidad?
Según testigos, la escena se parecía más a un escenario de guerra que a un funeral. La calle se convirtió en un campo de batalla improvisado. Jóvenes enardecidos, algunos con rostros cubiertos, daban rienda suelta a su furia, desafiando abiertamente a la autoridad con su conducta.
El modus operandi del asesinato fue cruel y eficiente. Orellana mantuvo una discusión con miembros de la banda narco cerca de la Ruta 4 en Esteban Echeverría. Intento escapar pero fue brutalmente arrollado por una camioneta. La frialdad y el desprecio por la vida humana de estas organizaciones criminales queda expuesto de manera brutal en este hecho.
La policía, apedreada y desafiada
Cuando la policía intentó intervenir, se encontró con una lluvia de piedras. La respuesta de los presentes fue salvaje y desafiante. Los efectivos fueron recibidos a pedradas, impidiendo el trabajo policial y generando una confrontación directa entre la fuerza pública y la turba. Una muestra clara del desafío a la autoridad que impera en este tipo de entornos, dominados por la ley del más fuerte.
La falta de respuesta inmediata, la insuficiencia de personal y la impotencia policial quedaron expuestas ante la escena. Los vecinos, aterrados, observaron sin poder intervenir, presenciando la demostración de fuerza y el claro desprecio por el orden establecido.
Esta situación evidencia la falta de control del estado sobre territorios controlados por las bandas narcos. El control y la sensación de impunidad es tal, que la propia policía queda superada, sin capacidad de respuesta efectiva ante actos criminales a plena luz del día.
La impunidad como bandera
El “velorio tumbero” es mucho más que una simple despedida; es una declaración de guerra a la autoridad. Es un acto simbólico que refleja la total impunidad de los grupos narcos y la debilidad del Estado ante estas estructuras criminales. Quema de vehículos, disparos, desafío directo a las fuerzas de seguridad… un sinfín de ilegalidades a la vista de todos.
Esta violencia es un síntoma grave que revela la profunda crisis social y de seguridad que padece la zona sur del conurbano bonaerense. La falta de oportunidades, la precariedad económica y la escasez de presencia estatal son terreno fértil para el auge de la delincuencia organizada y el narcotráfico.
No solo hay que investigar este caso específico, sino también analizar las causas que originan estos fenómenos. Se necesita una respuesta integral, con mayor presencia policial y política social eficaz, para lograr reducir la violencia. Pero ¿es posible frenar una maquinaria que aparenta ser imparable?
El velorio como arma: ¿un nuevo tipo de amenaza?
Este “velorio tumbero” nos presenta una nueva y alarmante modalidad de amenaza pública. Una puesta en escena macabra que comunica, explícita y visualmente, el dominio territorial de las organizaciones criminales. Un llamado a la guerra en plena calle.
Las imágenes pueden servir como herramienta para identificar a los participantes en el tiroteo y a los responsables de la quema de vehículos, dando luz a una investigación y posibles imputaciones a los participantes en este brutal hecho de violencia y desorden público. Pero más allá de eso, hay que preguntarse ¿cómo se puede desarticular estas estructuras criminales? ¿es suficiente reprimir el síntoma o hay que atacar la raíz del problema?
El silencio cómplice de la sociedad
Pero la impunidad no es responsabilidad exclusiva de los narcos. Existe también un silencio cómplice, una mirada indiferente de algunos sectores de la sociedad que prefieren callar por miedo, o porque lo ven como un problema que no los afecta directamente. La normalización de la violencia, de a poco, hace que estos actos sean aceptados sin más.
La sociedad en su conjunto debe actuar. Denunciar lo que se ve, exigir mayor seguridad y reclamar acciones más efectivas por parte del estado y de las fuerzas de seguridad. No es sólo responsabilidad de la policía, sino también de cada uno de nosotros. ¿Cuánto debemos esperar a que sea demasiado tarde?
En conclusión, la muerte de Aaron Orellana fue más que un crimen; fue un símbolo de la lucha despiadada contra la sociedad civil por el control del territorio. Y el “velorio tumbero” fue un grito visceral, una manifestación violenta que no puede ser ignorada. El desafio está planteado: ¿responderemos antes de que este tipo de violencia se expanda sin límites?
Amarillo “Polémica” Pérez