El silencio en el barrio privado Fincas III de Hudson es ensordecedor. Una semana después de la tragedia que conmocionó al país, las preguntas sin respuesta se acumulan como hojas secas en el otoño. Un adolescente de 14 años, descrito por su familia como “un nene feliz”, asesinó a su padre, hirió gravemente a su madre y rozó con una bala a su hermana menor antes de quitarse la vida. El horror dejó una estela de dolor y desconcierto, y la búsqueda de una explicación se convierte en un laberinto sin salida aparente.
Un paraíso que se convirtió en infierno
Fincas III, un oasis de tranquilidad y seguridad en medio de la vorágine del conurbano bonaerense, se transformó en el escenario de una tragedia familiar incomprensible. Ramiro Rotelo, un ingeniero químico de 49 años, fue asesinado a sangre fría por su propio hijo en el interior de su hogar. Su esposa, Ruth Semeszczuk, una reconocida médica forense de 48 años, lucha por su vida en un hospital, con una herida de bala en el tórax. La hija menor de la pareja, de tan solo 8 años, sobrevivió milagrosamente al ataque, aunque las cicatrices emocionales la acompañarán para siempre.
La noticia conmocionó a la sociedad argentina, no solo por la brutalidad del crimen, sino también por el perfil del agresor. Un adolescente aparentemente normal, sin antecedentes de violencia, que participaba en torneos de ajedrez y disfrutaba de una vida familiar sin sobresaltos. ¿Qué pudo llevar a este joven a cometer semejante acto de barbarie? La pregunta resuena en cada rincón del country, en cada conversación de los vecinos, en cada silencio de la familia destrozada.
Voces desgarradas por el dolor
Lucía Rotelo, prima hermana de Ramiro, intenta encontrar palabras para describir el dolor que atraviesa la familia. “Nadie entiende qué pudo pasar”, repite una y otra vez, con la voz entrecortada por la angustia. “Era un nene completamente normal, feliz como cualquier otro nene. Las veces que lo vi, me pareció un chico alegre, sin problemas”, recuerda Lucía, con la mirada perdida en el vacío.
Mariano, otro primo de Ramiro, coincide con el relato de Lucía. “Era un nene común de 14 años, con sus cosas. No era un loquito, era un adolescente. Jugaba al ajedrez y hace poco había ganado un torneo”, contó en diálogo con la prensa. Mariano reconoce que el joven “tenía sus problemas y estaba medicado”, pero asegura que “estaba super controlado”. “Yo me lo cruzaba y lo pasaba a saludar, siempre que lo veía le daba un abrazo”, agrega, con la voz quebrada por la emoción.
Era un nene completamente normal, feliz como cualquier otro nene…
El misterio del arma y las sombras de la duda
La investigación policial se centra ahora en determinar el origen del arma homicida. Una de las primeras hipótesis apuntaba a que Ramiro Rotelo, el padre asesinado, era instructor de tiro. Sin embargo, la familia desmintió categóricamente esta versión. “Jamás fue instructor de tiro”, aseguró Lucía. “La podría haber tenido mi primo el arma, por seguridad personal”, deslizó Mariano, abriendo un nuevo interrogante sobre el acceso del adolescente a las armas de fuego.
La ausencia de cámaras de seguridad en el interior de la vivienda dificulta aún más la tarea de los investigadores. La única testigo clave es Ruth Semeszczuk, la madre del agresor, quien permanece internada en estado crítico. Su testimonio, cuando esté en condiciones de hablar, podría ser fundamental para reconstruir los hechos y arrojar luz sobre las motivaciones del joven.
Un llamado a la reflexión: salud mental y violencia juvenil
La tragedia de Hudson nos obliga a reflexionar sobre la importancia de la salud mental en los adolescentes y la necesidad de prevenir la violencia juvenil. ¿Estamos prestando suficiente atención a las señales de alerta que nos envían nuestros jóvenes? ¿Estamos creando espacios de contención y diálogo para que puedan expresar sus angustias y frustraciones? El caso del joven de 14 años que cometió este crimen aberrante nos interpela como sociedad y nos exige respuestas urgentes.
Más allá de las particularidades de este caso, la tragedia de Hudson nos confronta con una realidad ineludible: la violencia juvenil es un problema complejo y multifactorial que requiere un abordaje integral. La falta de acceso a la salud mental, la desintegración familiar, el bullying, la exposición a la violencia en los medios de comunicación y las redes sociales son solo algunos de los factores que pueden contribuir a este fenómeno.
Es hora de que como sociedad asumamos la responsabilidad de proteger a nuestros jóvenes y de brindarles las herramientas necesarias para que puedan desarrollarse en un ambiente sano y seguro. La tragedia de Hudson debe ser un llamado de atención para que no volvamos a mirar para otro lado.