La despedida a Jorge Lanata fue un evento que trascendió la mera congregación de personas; fue un fenómeno social que desnudó la profunda conexión del periodista con una parte sustancial de la sociedad argentina. Una multitud se congregó en la Casa de la Cultura, en la histórica Avenida de Mayo, para rendir un último homenaje al hombre que, con su voz aguda y su pluma incisiva, marcó un antes y un después en el periodismo nacional.
El aire porteño, usualmente vibrante con la energía de una ciudad que nunca duerme, se tiñó de un silencio respetuoso, quebrado solo por los sollozos contenidos y los murmullos de quienes compartían anécdotas sobre el impacto de Lanata en sus vidas. La fila de personas que serpenteaba por varias cuadras, esperando pacientemente su turno para despedirse, era un testimonio elocuente del cariño y la admiración que el periodista despertaba.
Rostros anónimos, historias compartidas
En esa multitud anónima, cada rostro contaba una historia. Graciela, con su flor roja temblando en la mano, resumía el sentir de muchos: “Sentía que él me conocía”. Lucas, el joven que descubrió la política a través de los análisis de Lanata, lamentaba su partida en un momento crucial para el país. Raúl y Valentín, padre e hijo, con banderas argentinas en sus espaldas, expresaban una admiración que trascendía lo periodístico, elevándolo a la categoría de prócer. Marta, la vecina de Palermo, con una flor cortada de su jardín, lo despedía como a un amigo de la familia, lamentando no haberle escrito aquella carta que le rogaba que dejara de fumar.
Un legado de luces y sombras
Más allá del dolor inmediato, la despedida a Lanata también fue un momento de reflexión sobre su legado. Un legado complejo, plagado de contradicciones, como el propio personaje. Admirado por su valentía para denunciar la corrupción y la impunidad, criticado por su estilo confrontativo y sus excesos. Acusado de parcialidad, elogiado por su independencia. Lanata fue un periodista que nunca dejó a nadie indiferente.
Sus investigaciones periodísticas, muchas de ellas convertidas en hitos del periodismo de investigación en Argentina, destaparon casos de corrupción que involucraron a funcionarios de alto rango, empresarios poderosos y figuras del espectáculo. Su programa “Periodismo Para Todos” (PPT), con sus investigaciones y sus irónicos sketchs, se convirtió en un fenómeno de audiencia, marcando la agenda política y social del país durante años.
Sin embargo, su estilo provocador y su tendencia a la polémica también le valieron numerosas críticas y acusaciones. Fue acusado de utilizar información falsa o manipulada, de tener una agenda política oculta y de recurrir a la difamación. Sus detractores lo veían como un operador mediático al servicio de intereses corporativos, mientras que sus seguidores lo defendían como un paladín de la libertad de expresión.
En ese debate interminable, entre la admiración y el rechazo, se resume la figura de Jorge Lanata. Un periodista que, con sus aciertos y sus errores, dejó una huella imborrable en la historia del periodismo argentino. Su muerte deja un vacío difícil de llenar, pero también un legado que invita a la reflexión sobre el rol del periodismo en una sociedad democrática.
El último adiós a Lanata, con la multitud entonando el himno nacional y el eco de “Fuck You” resonando en el aire, fue una despedida a la altura del personaje: emotiva, contradictoria, inolvidable. Una escena que encapsuló la esencia de un periodista que nunca buscó la unanimidad, pero que logró conectar con una parte importante de la sociedad argentina. Un periodista que, más allá de las controversias, se ganó un lugar en la historia del país.
El silencio de la despedida
Dentro de la Casa de la Cultura, el clima era de profundo respeto y recogimiento. Las figuras públicas, los políticos, los colegas, todos parecían empequeñecerse ante la magnitud del silencio que reinaba en el ambiente. El dolor de sus hijas, Bárbara y Lola, la tristeza contenida de su esposa Elba Marcovecchio y la entereza de su expareja Sara Stewart Brown, componían un cuadro conmovedor que hablaba por sí solo.
Las coronas de flores, enviadas por figuras del espectáculo, la política y el periodismo, se acumulaban en un mar de colores que contrastaba con la sobriedad del edificio. Cada una de ellas representaba un reconocimiento, una despedida silenciosa a un hombre que, con su trabajo, había tocado la vida de miles de personas.