El aire denso y húmedo de la selva petenera aún guarda los ecos de la barbarie. Treinta años después, el pozo de Las Dos Erres, en Guatemala, sigue siendo un testigo mudo del horror, una fosa común que se tragó la vida de 162 personas, incluyendo a decenas de niños. La masacre, perpetrada por el ejército guatemalteco en diciembre de 1982, es una herida abierta en la memoria del país, un recordatorio de la brutalidad de la guerra civil y la lucha incansable por la justicia.
El descenso al infierno: 72 horas de terror
Las Dos Erres, una pequeña aldea en el corazón del Petén, se convirtió en un escenario de horror indescriptible. Durante tres días, los kaibiles, una unidad de élite del ejército entrenada para la contrainsurgencia, desataron una orgía de violencia contra la población civil. Bajo la excusa de buscar guerrilleros, los soldados torturaron, violaron y asesinaron a hombres, mujeres y niños, arrojando sus cuerpos al pozo que alguna vez fue fuente de vida para la comunidad.
Imaginen el terror en los ojos de esos niños, arrancados de sus hogares, separados de sus madres, antes de ser lanzados al abismo. Imaginen los gritos desesperados de las mujeres, violadas y asesinadas sin piedad. Imaginen el silencio sepulcral que se apoderó de la aldea cuando la barbarie terminó, dejando tras de sí un pozo lleno de muerte y un pueblo fantasma.
La búsqueda de la verdad: El EAAF y la exhumación del horror
Doce años después, el silencio de Las Dos Erres fue roto por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Convocados por los familiares de las víctimas, estos expertos llegaron a la selva para exhumar los restos del pozo y reconstruir la verdad. Su trabajo, meticuloso y doloroso, reveló la magnitud de la masacre: 162 cuerpos, el 40% de ellos niños menores de 12 años.
Silvana Turner, una de las antropólogas del EAAF, recuerda la crudeza de la escena: “Los primeros restos aparecieron a seis metros de profundidad… encontramos un calendario de ese año, sogas, evidencias de disparos, fracturas… Fue fuerte”. Cada hueso, cada prenda infantil recuperada, era un grito silencioso pidiendo justicia.
La lucha por la justicia: Un camino largo y sinuoso
El trabajo del EAAF fue clave para llevar el caso ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que en 2009 condenó al Estado guatemalteco por la masacre. Algunos responsables fueron condenados a penas de miles de años, un símbolo de la magnitud del crimen. Pero la justicia plena sigue siendo esquiva: los altos mandos militares que ordenaron la masacre nunca fueron juzgados.
La lucha por la memoria y la justicia continúa, liderada por los familiares de las víctimas, que se niegan a olvidar. “Su insistencia nos impulsó a seguir adelante”, reconoce Silvana Turner. Las Dos Erres es más que una masacre: es un símbolo de la resistencia contra la impunidad y la lucha por un futuro donde el horror no se repita.