La historia de la medicina está indisolublemente ligada a la figura de la mujer, aunque durante siglos su aportación ha sido silenciada, relegada a un segundo plano o simplemente ignorada. Desde las curanderas de la prehistoria hasta las brillantes científicas del siglo XXI, las mujeres han jugado un papel fundamental en el cuidado de la salud, pero su acceso a la educación, a la investigación y a los puestos de liderazgo ha estado sistemáticamente obstaculizado por la discriminación.
Un pasado silenciado: la exclusión histórica de las mujeres en la medicina
Si bien es cierto que el rol de las mujeres en la salud ha existido desde tiempos ancestrales, su reconocimiento formal ha sido tardío y limitado. En el antiguo Egipto, aunque existen controversias sobre la figura de Merit-Ptah, Peseshet sí cuenta con el reconocimiento de “supervisora de las mujeres médicas” durante la Dinastía IV. Sin embargo, será en la Edad Media donde veamos figuras como Trótula de Salerno, experta en ginecología y obstetricia, o Hildegarda de Bingen, con sus estudios sobre medicina natural, que destacan como excepciones excepcionales dentro de un sistema dominado por hombres.
La irrupción de las mujeres en la medicina formal se produce con mucha lentitud. En el siglo XIX, la británica Elizabeth Blackwell se convirtió en la primera mujer en obtener un título médico, mientras que en España, Dolors Aleu fue la primera en lograr ese reconocimiento. El camino para acceder a estos logros estuvo plagado de obstáculos, incluyendo la discriminación abierta, el acoso y la violencia.
La discriminación actual: una brecha que persiste
Aunque el panorama ha mejorado significativamente en las últimas décadas, la discriminación en la medicina continúa manifestándose de diversas formas. El acceso a puestos de liderazgo, la brecha salarial y la subrepresentación en las investigaciones científicas son algunas de las manifestaciones más preocupantes. Si bien es cierto que hoy en día hay más mujeres en las facultades de medicina y en los hospitales, estas siguen teniendo una presencia menor en los altos cargos directivos.
Un ejemplo contundente de esto lo encontramos en los estudios clínicos y en las investigaciones médicas. Durante décadas, la investigación se basó en el modelo masculino como estándar, considerando al cuerpo femenino una variable. Como resultado, se han desarrollado medicamentos y tratamientos cuyo efecto y eficacia en las mujeres es diferente al de los hombres, presentando en ocasiones efectos secundarios más pronunciados. Esto ha causado consecuencias en la salud de millones de mujeres en todo el mundo.
La infrarepresentación en los estudios se extiende a todas las áreas. La invisibilidad de la mujer en este ámbito ha provocado sesgos y deficiencias en el diagnóstico y tratamiento de una gran variedad de enfermedades, desde afecciones cardiovasculares hasta la detección de cáncer. Por ejemplo, los síntomas de un infarto son diferentes en las mujeres que en los hombres, con mayor prevalencia de náuseas y molestias estomacales.
Consecuencias devastadoras: la salud de las mujeres en riesgo
La falta de equidad en la medicina impacta gravemente en la salud de las mujeres. Un diagnóstico tardío o erróneo puede resultar en un tratamiento inadecuado e incluso en la muerte. Datos estadísticos revelan que las mujeres enfrentan un mayor riesgo de sufrir mal diagnóstico en enfermedades como las cardíacas y el ictus. Además, padecen una tasa significativamente más alta de efectos secundarios por medicamentos, debido a las diferencias fisiológicas que no siempre se tienen en cuenta en las pruebas clínicas.
El sesgo de género se manifiesta también en la atención médica diaria. Las mujeres suelen tener que esperar más tiempo para recibir atención especializada y sus síntomas suelen ser subestimados o atribuidos a causas psicológicas, ignorando así su posible origen orgánico. Esta discriminación sutil pero poderosa tiene un impacto significativo en el bienestar y la calidad de vida de las mujeres.
El camino hacia la equidad: una lucha necesaria
Para corregir esta situación de inequidad, es necesaria una acción multifacética. En primer lugar, la investigación científica debe adoptar una perspectiva de género, integrando la investigación sobre las diferencias biológicas entre sexos en todos los estudios. En segundo lugar, la formación médica debe incluir la capacitación para detectar y evitar los sesgos de género en el diagnóstico y el tratamiento.
Además, se requieren medidas que promuevan la participación equitativa de las mujeres en la investigación médica y en los puestos de liderazgo dentro del sistema sanitario. Se necesita políticas que fomenten la igualdad de género en las universidades y centros de investigación. Finalmente, una mayor sensibilización social acerca de la importancia de la equidad en salud es fundamental para generar un cambio cultural que valore la aportación de las mujeres y se comprometa a erradicar la discriminación.
En conclusión, la discriminación contra la mujer en la medicina ha tenido consecuencias negativas a lo largo de la historia y aún persiste. Es necesario un cambio profundo para que la salud de las mujeres sea tratada de forma igualitaria, equitativa y sin sesgos de género. Solo así se podrá garantizar un sistema sanitario que valore y atienda las necesidades de todas las personas, independientemente de su sexo.