El silencio envuelve al emblemático edificio de la Avenida Belgrano 347, histórica sede de la agencia de noticias Télam. Un silencio que contrasta con el bullicio que alguna vez albergó y que ahora, tras el anunciado cierre por parte del gobierno de Javier Milei, esconde una realidad opuesta a la versión oficial. A pesar del discurso del “plan motosierra” y del cese de funciones anunciado en marzo, Télam no ha desaparecido. Tras el velo de un cierre aparente, la agencia se ha transformado en un engranaje silencioso de la maquinaria propagandística del Estado.
Un cierre que no fue: la reconversión de Télam
El hermetismo rodea las actividades que se desarrollan en el interior del edificio. El cartel de Télam, oculto tras un acrílico blanco, simboliza la opacidad con la que se maneja la agencia. Lejos de un cierre definitivo, alrededor de 230 empleados, un tercio de la planta original, continúan trabajando en las mismas instalaciones. La diferencia radica en que su producción periodística ya no se distribuye a través de los canales habituales, sino que alimenta exclusivamente a los medios de comunicación estatales.
La reconversión de Télam se inició en septiembre, luego de meses en los que la intervención gubernamental dispensó del trabajo a los empleados. Si bien se ofreció un plan de retiro voluntario al que adhirió cerca de la mitad de la plantilla, no se ejecutaron despidos masivos. La mayoría de los periodistas que permanecieron firmaron una cesión de su contrato a Radio y Televisión Argentina (RTA), conservando sus condiciones laborales. Otros se integraron a la recién creada Agencia de Publicidad del Estado Sociedad Anónima Unipersonal (Apesau), dedicada a la propaganda oficial.
De agencia de noticias a herramienta de propaganda
El trabajo periodístico en la ex Télam se ha transformado. Las notas, infografías, videos y fotos que producen los empleados ya no buscan informar al público en general, sino que se destinan a alimentar la narrativa oficial. Los contenidos se enfocan en anuncios gubernamentales, eventos protocolares e información oficial, incluyendo las conferencias de prensa del vocero presidencial. La histórica cablera, que distribuía la información a medios privados, ha sido reemplazada por un sistema interno que limita el alcance de las noticias a las radios y canales del Estado.
Esta realidad contradice las declaraciones oficiales. El interventor de Télam, Guillermo Francos, aseguró ante el Senado que los servicios periodísticos de la agencia “han dejado de existir”. Sin embargo, la evidencia sugiere lo contrario. Télam continúa funcionando, pero con un propósito distinto: servir como herramienta de propaganda del gobierno de Milei.
La transformación de Télam en una agencia de publicidad estatal plantea interrogantes sobre el rol de los medios públicos en una democracia. ¿Deben ser herramientas de propaganda o garantes del derecho a la información? La opacidad con la que se ha manejado el “cierre” de Télam y la reconversión de sus funciones no hacen más que alimentar la desconfianza en la transparencia del gobierno y en su compromiso con la libertad de prensa.
Silencio cómplice: el pacto entre el gobierno y los empleados
La aparente calma que reina en el edificio de Télam se sostiene sobre un pacto no escrito entre el gobierno y los empleados. El Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA), que inicialmente se opuso al cierre, ha cesado sus protestas. Los empleados, por su parte, prefieren el silencio, temerosos de perder sus empleos y beneficios. Este pacto de silencio permite al gobierno mantener la fachada del “cierre” mientras utiliza a Télam para sus propios fines.
La falta de transparencia y el hermetismo que rodean la situación de Télam son alarmantes. La agencia, otrora un símbolo de la información pública, se ha convertido en un instrumento de propaganda gubernamental. El silencio de los empleados y la inacción del sindicato contribuyen a perpetuar esta situación, poniendo en riesgo la libertad de prensa y el derecho a la información en Argentina.
El futuro incierto de la información pública
La historia de Télam se ha convertido en un reflejo de las tensiones que atraviesan a la sociedad argentina. El discurso de austeridad y la promesa de un Estado más eficiente se contraponen con la realidad de una agencia que, aunque transformada, continúa funcionando con fondos públicos, pero al servicio del gobierno. La incertidumbre sobre el futuro de Télam plantea preguntas fundamentales sobre el valor de la información pública y el rol de los medios de comunicación en una democracia.
¿Recuperará Télam su función original como agencia de noticias independiente? ¿O se consolidará como una herramienta de propaganda del Estado? El futuro de Télam es incierto, pero su presente es una clara señal de alarma para la libertad de prensa y el derecho a la información en Argentina. El silencio que envuelve al edificio de la Avenida Belgrano es un silencio que debería preocuparnos a todos.