En una tarde sombría, en un rincón del mundo donde los rascacielos se alzan como monumentos a la ambición humana, Shankar, un hombre de Bombay, compartió una historia que resonó en mí mucho después de nuestro encuentro. Su relato, contado en un español entrecortado pero lleno de sabiduría, desentrañó la esencia de la viveza criolla, no como una virtud, sino como una trampa tejida con la propia astucia.
La ingenuidad de la astucia
Shankar me habló de la época en que los primeros rascacielos de Bombay atraían a multitudes del campo, personas que viajaban días para maravillarse con la imponente arquitectura. Ataviados con sus mejores galas, estos visitantes se consideraban astutos, inmunes a los engaños de la ciudad. Sin embargo, su confianza se convertía en su perdición.
Los estafadores de Bombay, expertos en detectar la ingenuidad disfrazada de astucia, se acercaban a los forasteros con una historia convincente: una tasa municipal por mirar los rascacielos. La tarifa, explicaban, dependía de cuánto hubieran mirado. Los visitantes, creyéndose más listos que los citadinos, mentían sobre cuánto habían observado, con la esperanza de pagar menos.
La trampa se cerraba cuando los falsos inspectores, con una libreta de precios en mano, cobraban la tarifa correspondiente a la altura que los forasteros habían confesado. La ironía era palpable: los visitantes, convencidos de haber engañado al sistema, se convertían en víctimas de su propia mentira.
La viveza criolla: un espejo de la condición humana
La historia de Shankar resonó en mí porque, a pesar de la distancia geográfica, la viveza criolla argentina comparte la misma esencia: la creencia de que la astucia es un atajo para el éxito, una forma de burlar las reglas y obtener ventaja. Sin embargo, como en la anécdota de Bombay, esta actitud a menudo se convierte en un arma de doble filo.
En Argentina, la viveza criolla se manifiesta en diversas formas, desde pequeñas transgresiones cotidianas hasta actos de corrupción a gran escala. La cultura de la avivada, del “lo atamo con alambre”, del “sálvese quien pueda”, permea todos los estratos sociales, creando un ambiente de desconfianza y cinismo.
Pero, ¿qué hay detrás de esta actitud? ¿Es simplemente una cuestión de oportunismo o hay algo más profundo? Algunos sociólogos argumentan que la viveza criolla es una respuesta a la inestabilidad económica y política que ha caracterizado la historia de Argentina. En un contexto de incertidumbre, la astucia se convierte en una herramienta de supervivencia, una forma de asegurar el bienestar propio en un entorno hostil.
Otros, sin embargo, la ven como un síntoma de una cultura que valora el individualismo por encima del bien común, donde las reglas se perciben como obstáculos a superar en lugar de normas a respetar. Es en esa cultura donde el que no “avivado” es “tonto” y se queda atrás.
Independientemente de su origen, la viveza criolla tiene consecuencias negativas para la sociedad. La desconfianza generalizada dificulta la cooperación y el desarrollo de instituciones sólidas. La corrupción erosiona la confianza en el Estado y en las empresas, generando un círculo vicioso que perpetúa la desigualdad y la inestabilidad.
Más allá de la viveza: la construcción de una sociedad basada en la confianza
La historia de Shankar nos invita a reflexionar sobre la necesidad de construir una sociedad basada en la confianza, donde la honestidad y la cooperación sean valores fundamentales. Donde no se premie al que “zafa” por sobre el que respeta las normas.
Esto implica un cambio cultural profundo, que comienza en la educación y se extiende a todos los ámbitos de la vida social. Implica dejar de justificar las pequeñas “vivezas” con las que convivimos a diario, y entender que no hay atajos para el progreso individual y colectivo. Es fundamental fomentar la responsabilidad individual, la ética en los negocios y la transparencia en la gestión pública.
Superar la viveza criolla no significa renunciar a la astucia o a la inteligencia. Al contrario, se trata de utilizar estas cualidades para construir un futuro mejor, donde la creatividad y la innovación se pongan al servicio del bien común.
La verdadera inteligencia, como nos enseña la historia de Shankar, no radica en la capacidad de engañar a los demás, sino en la sabiduría para comprender que la honestidad y la cooperación son los cimientos de una sociedad justa y próspera.
En un mundo cada vez más complejo e interconectado, la confianza se convierte en un activo invaluable. Es hora de dejar atrás la viveza criolla y construir un futuro donde la astucia se utilice para crear, no para destruir.