Un estudio reciente del Observatorio de Seguridad y Convivencia (OSC) de Córdoba revela una paradoja inquietante: mientras la tasa de homicidios en la provincia se encuentra en su nivel más bajo en dos décadas, la mayoría de estos crímenes son cometidos por jóvenes varones, impulsados por conflictos personales. Esta realidad, que contrasta con la tendencia nacional, invita a un análisis profundo de las causas subyacentes de la violencia y la necesidad de implementar políticas públicas focalizadas en la prevención.
La paradoja de la baja en la tasa de homicidios
El estudio del OSC, que abarcó más de 2.000 casos de homicidio desde el año 2000, muestra una clara tendencia a la baja en la tasa de homicidios en Córdoba. Con una tasa de 2,99 muertes por cada 100.000 habitantes en 2024, la provincia se sitúa por debajo de la media nacional (4,4) e incluso de la tasa latinoamericana (20). Sin embargo, esta disminución no debe ser motivo de complacencia. El informe revela que el 64,8% de los homicidios en los últimos siete años fueron producto de conflictos interpersonales, principalmente entre jóvenes varones de entre 15 y 29 años.
Esta paradoja plantea interrogantes cruciales: ¿Por qué, a pesar de la baja general en la tasa de homicidios, la violencia interpersonal persiste como el principal detonante? ¿Qué factores sociales y culturales contribuyen a que los jóvenes varones recurran a la violencia como forma de resolver conflictos? Para Carla Tassile, directora del OSC, la respuesta se encuentra en la “falta de cohesión social” y las “conflictividades previas” que no son atendidas de manera oportuna. La violencia, en muchos casos, se convierte en el último recurso ante la ausencia de mecanismos de resolución pacífica de conflictos.
El perfil de la violencia homicida en Córdoba
El estudio del OSC no solo revela la preponderancia de los conflictos interpersonales, sino que también dibuja un perfil específico de la violencia homicida en Córdoba. Los homicidios ocurren principalmente en barrios vulnerables, durante los fines de semana y en la vía pública. El arma de fuego es el instrumento más utilizado (52%), seguido de armas blancas (33%). En los casos de femicidio, la violencia física y el uso de “armas de ocasión” son más frecuentes.
Otro dato relevante es la baja participación de pandillas o grupos criminales organizados en los homicidios. Solo el 4% de los casos se vinculan a estas estructuras, lo que diferencia a Córdoba de otras provincias argentinas con mayor presencia del crimen organizado. Este hallazgo refuerza la hipótesis de que la violencia en Córdoba está más ligada a conflictos personales que a disputas territoriales o actividades delictivas complejas.
Más allá de las estadísticas: la necesidad de un enfoque integral
Si bien la disminución en la tasa de homicidios es alentadora, el estudio del OSC advierte sobre la necesidad de no caer en la “ilusión de frecuencia”. La seguidilla de casos en un corto plazo puede generar la percepción de un aumento de la violencia, cuando en realidad las estadísticas a largo plazo muestran una tendencia diferente. Para abordar el problema de fondo, es crucial ir más allá de las cifras y comprender las causas estructurales que alimentan la violencia.
Las recomendaciones del OSC apuntan en esa dirección: fortalecer el acceso a la justicia, promover la resolución pacífica de conflictos a través de la mediación, controlar el comercio ilegal de armas, mejorar la infraestructura urbana en zonas vulnerables y, fundamentalmente, trabajar con jóvenes en situación de riesgo, abordando las masculinidades y promoviendo la no violencia como forma de relacionarse.
El desafío de la prevención y la construcción de una cultura de paz
La paradoja de la baja en la tasa de homicidios en Córdoba, junto con la persistencia de la violencia interpersonal, nos interpela como sociedad. No basta con celebrar las estadísticas positivas; es necesario comprender las causas profundas de la violencia y actuar en consecuencia. La prevención, que implica un trabajo articulado entre el Estado, las organizaciones sociales y la comunidad, es fundamental para construir una cultura de paz donde los conflictos se resuelvan a través del diálogo y la no violencia.
Esto requiere de políticas públicas integrales que aborden la problemática desde múltiples dimensiones: educación, justicia, seguridad, desarrollo social y salud. Invertir en prevención es invertir en un futuro donde la violencia no sea la respuesta a los conflictos, y donde los jóvenes, en particular los varones, puedan encontrar alternativas para canalizar sus frustraciones y construir relaciones pacíficas.
Finalmente, es importante destacar que la lucha contra la violencia no es solo responsabilidad del Estado. Cada uno de nosotros, desde nuestro lugar, podemos contribuir a generar un cambio cultural que valore el diálogo, la empatía y el respeto por la vida. Solo así podremos construir una sociedad más justa y pacífica para todos.