Argentina, una nación históricamente familiarizada con la inflación, presenta un enigma económico: la base monetaria, la cantidad total de dinero en circulación, ha experimentado un crecimiento interanual del 166%, pero la inflación no ha seguido el mismo ritmo. Noviembre de 2023 registró una inflación del 2,4%, la más baja desde julio de 2020. ¿Cómo se explica este fenómeno? Acompáñenme en este análisis donde desentrañaremos las claves de esta inusual situación.
Más allá de la emisión: la demanda de pesos
La respuesta no radica en la magia, sino en una combinación de factores económicos y políticos. Tradicionalmente, un aumento drástico en la base monetaria impulsa la inflación: más pesos en circulación, persiguiendo los mismos bienes y servicios, elevan los precios. Sin embargo, en Argentina, la demanda de pesos ha crecido en paralelo a la emisión. La desaceleración de la inflación ha reducido el incentivo a dolarizar las carteras, es decir, a cambiar pesos por dólares como reserva de valor. La gente confía más en el peso.
Este fenómeno se ve reforzado por el crecimiento de los depósitos a plazo fijo en pesos. Las tasas de interés reales positivas, es decir, por encima de la inflación, y la estabilidad cambiaria han hecho que los ahorristas vean en los pesos una opción atractiva para invertir. En otras palabras, el dinero emitido está siendo absorbido por el sistema financiero, en lugar de presionar directamente sobre los precios.
El rol clave del equilibrio fiscal
Otro factor crucial es el superávit primario alcanzado por el gobierno. Al reducir el déficit fiscal, se disminuye la necesidad de financiar al Estado con emisión monetaria. Menos emisión por necesidad fiscal, menos presión sobre la inflación. Este logro se ha conseguido mediante recortes en el gasto público y una mayor eficiencia en la recaudación. Esto genera confianza en los mercados y ayuda a estabilizar las expectativas inflacionarias.
Imaginen un barco con dos motores: uno que acelera (emisión monetaria) y otro que frena (equilibrio fiscal). Si ambos funcionan a la misma potencia, el barco mantiene una velocidad constante. En Argentina, el motor del equilibrio fiscal está contrarrestando la fuerza del motor de la emisión.
La estabilidad cambiaria: un ancla en la tormenta
El Banco Central ha utilizado la estabilidad cambiaria como herramienta antiinflacionaria. A través de intervenciones en el mercado de divisas, se ha logrado contener las expectativas de devaluación. Un dólar estable reduce la incertidumbre y desincentiva la compra de dólares como refugio, disminuyendo la presión sobre el tipo de cambio y, por ende, sobre la inflación.
El blanqueo de capitales también ha jugado un papel importante. La entrada de dólares al sistema financiero, y su permanencia en el país, ha fortalecido las reservas internacionales y ha permitido al Banco Central tener mayor margen de maniobra para controlar el tipo de cambio. Más dólares en el Banco Central, más capacidad para intervenir y estabilizar.
El futuro de la estabilidad: ¿un castillo de naipes?
A pesar de estos logros, la situación es delicada. Factores estacionales, como el aumento de la demanda en épocas festivas y los ajustes salariales, podrían presionar la inflación al alza en los próximos meses. Además, shocks externos, como una caída en los precios de las materias primas o una devaluación en países vecinos, podrían desestabilizar la economía.
La pregunta clave es: ¿cuánto tiempo más podrá el Gobierno mantener este delicado equilibrio? La salida del cepo cambiario y la posibilidad de nuevas bajas en la tasa de interés son incógnitas que podrían alterar el escenario actual. Solo el tiempo dirá si Argentina ha logrado domar la inflación o si se trata de una calma temporal antes de la tormenta.
El éxito de la estrategia actual dependerá de la capacidad del Gobierno para mantener el equilibrio fiscal, controlar las expectativas de devaluación y sortear los desafíos externos. Es una tarea titánica, pero no imposible. Argentina está caminando por la cuerda floja, y el mundo observa con atención.