¡Indignante! En medio del caos desatado por el temporal en Córdoba, una horda de 1500 menores se entregaba a una desenfrenada fiesta clandestina, poniendo en riesgo sus vidas y burlándose de las normas. ¿Dónde estaban las autoridades mientras esto sucedía? ¿Dormían plácidamente mientras estos jóvenes se jugaban el pellejo en un evento ilegal e inseguro? La respuesta, amigos míos, es tan turbia como el agua que inundó la ciudad esa noche.
Un escenario dantesco: alcohol, menores y una tormenta infernal
Imaginen la escena: una carpa precaria, a punto de colapsar bajo el peso del agua y el viento, con instalaciones eléctricas improvisadas que amenazaban con electrocutar a cualquiera. En el interior, una masa de adolescentes embriagados, bailando al ritmo de la música ensordecedora, ajenos al peligro que los acechaba. La lluvia torrencial no fue suficiente para apagar la euforia irresponsable de estos jóvenes, ni para despertar la conciencia de los adultos que debieron protegerlos.
Las autoridades, con su habitual lentitud, llegaron tarde al lugar de los hechos. Encontraron un panorama desolador: una carpa inundada, botellas de alcohol esparcidas por el suelo, equipos de sonido de dudosa procedencia y un ejército de menores en estado de ebriedad. ¿Y los organizadores? Seguramente, ya estaban contando las ganancias de su negocio macabro, sin importarles el destino de esos chicos. ¡10 mil pesos por una botella de alcohol! Un precio exorbitante que solo demuestra la codicia de estos delincuentes que se aprovechan de la ingenuidad y la vulnerabilidad de los adolescentes.
¿Quién es el responsable de esta barbarie?
La culpa, como siempre, se diluye entre la inoperancia de las autoridades y la irresponsabilidad de los padres. ¿Cómo es posible que 1500 menores hayan llegado a ese lugar sin que nadie se diera cuenta? ¿Dónde estaba el control? Es evidente que la falta de vigilancia y la permisividad son el caldo de cultivo para este tipo de tragedias. Pero la responsabilidad también recae en los padres, que muchas veces miran para otro lado, desentendiéndose de las actividades de sus hijos.
Y no olvidemos a los colegios, esos centros educativos que se supone que deben velar por la seguridad y el bienestar de los estudiantes. ¿No les resulta extraño que tantos alumnos de seis colegios distintos hayan participado en esta fiesta? ¿Acaso nadie se preguntó dónde estaban esos jóvenes en medio de una tormenta? La respuesta es obvia: la indiferencia y la falta de compromiso reinan en todos los ámbitos.
Las consecuencias de la impunidad
Afortunadamente, no hubo que lamentar víctimas fatales en esta ocasión. Pero, ¿hasta cuándo seguiremos permitiendo que estos eventos ocurran sin que nadie pague las consecuencias? La impunidad solo genera más impunidad. Si no se toman medidas drásticas, estaremos condenados a repetir la historia una y otra vez. La próxima vez, tal vez no tengamos tanta suerte.
Es hora de que las autoridades asuman su responsabilidad y pongan fin a estas fiestas clandestinas. Se necesita un mayor control, sanciones ejemplares para los organizadores y una campaña de concientización dirigida a los jóvenes y sus padres. Solo así podremos evitar que se repitan estas situaciones que ponen en peligro la vida de nuestros adolescentes. ¡Basta de impunidad! ¡Basta de mirar para otro lado!
Mientras tanto, en la ciudad, el temporal seguía causando estragos. Un patrullero cayó en un socavón, autos quedaron varados en medio de la inundación y un hombre en situación de calle desapareció. Pero claro, ¿a quién le importa eso cuando hay una fiesta clandestina en marcha? La hipocresía y la doble moral son moneda corriente en nuestra sociedad. Nos indignamos por las pequeñas cosas, pero permitimos que los verdaderos problemas queden impunes.
Este caso es solo la punta del iceberg. ¿Cuántos eventos similares estarán ocurriendo en este momento, sin que nadie los denuncie? ¿Cuántas vidas estarán en riesgo por la falta de control y la irresponsabilidad de unos pocos? Es hora de despertar, de dejar de ser cómplices silenciosos y de exigir un cambio. El futuro de nuestros jóvenes está en juego.