Mar del Plata, la meca del cine argentino, se encuentra en medio de una batalla campal. No hablamos de actores peleándose por un papel, sino de una guerra cultural, una lucha entre el poder establecido y la resistencia creativa. En un ring se encuentra el Festival de Mar del Plata, oficialmente bendecido por el INCAA; en la esquina opuesta, Contracampo, la respuesta rebelde, un festival surgido de la furia y la indignación contra las políticas cinematográficas del gobierno de Milei.
El INCAA: ¿Cuna o tumba del cine argentino?
El Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), antes una institución que fomentaba el cine nacional, hoy enfrenta acusaciones de ser cómplice de la destrucción del cine argentino. Bajo la gestión del economista Carlos Pirovano, nombrado por el gobierno de Javier Milei, el INCAA se ha visto envuelto en una ola de críticas por la falta de apoyo a la industria nacional y una flagrante desinversión en el sector. Según algunos, se trata de una estrategia deliberada para desmantelar el cine nacional, algo que algunos sectores políticos ya vienen intentando desde hace años, y otros afirman que es una simple falta de gestión.
Pero la gota que rebasó el vaso fue la respuesta de Pirovano al ser cuestionado sobre la escasa concurrencia del Festival de Mar del Plata. Su respuesta, emitida en un canal libertario, generó indignación: “Si se portan mal, les voy a pasar un continuado de las 100 películas que vieron menos de 1000 personas. ¡Esa es una tortura!” La frase no sólo refleja la falta de apoyo al cine nacional, sino una burla a la pasión de los cineastas argentinos.
Contracampo: el grito de los olvidados
Ante el desdén del INCAA, una generación de cineastas argentinos se levantó contra el olvido. En tiempo récord, en un acto de autogestión y colectivismo, crearon Contracampo, un festival paralelo que se ha convertido en el símbolo de la resistencia. Desde su humilde escenario, Contracampo ofreció una programación enérgica y vital, mostrando la calidad del cine argentino, el verdadero cine independiente.
Las cifras lo dicen todo: mientras el Festival de Mar del Plata enfrentaba salas semivacías, Contracampo colgaba el cartel de “entradas agotadas” en casi todas sus funciones. Los asistentes eligieron con los pies el espacio que realmente representaba el espíritu del cine argentino. No sólo fueron a ver películas, fueron a defender la cultura del país, a luchar por un futuro del cine argentino.
El evento, más que un festival, se sintió como un mitin, un encuentro comunitario, una poderosa afirmación de la identidad cinematográfica argentina. Se proyectaron 37 películas, varias de estreno mundial, algunas ya premiadas en Berlín, Cannes y San Sebastián. Las charlas matutinas, también llenas, se centraban en la crisis del cine nacional, el rol del INCAA, los desafíos de la distribución, y la pregunta que todos se hacían: ¿qué festivales queremos?
La batalla ideológica: más allá del celuloide
La confrontación entre el Festival de Mar del Plata y Contracampo va más allá de una simple cuestión de programación. Es una batalla ideológica que refleja las tensiones políticas, económicas y culturales que vive la Argentina. Representa el enfrentamiento entre una estructura oficial, aparentemente obsoleta y en manos de gente ajena a los problemas del cine nacional y un movimiento artístico independiente que lucha por su supervivencia.
Contracampo es más que una alternativa, es una reivindicación, un símbolo de la creatividad argentina frente a la apatía y la destrucción del poder establecido. Es un llamado de atención para todos aquellos que creen en el poder transformador del cine, un grito para que el cine argentino no se convierta en el cine de las 100 películas que vieron menos de mil espectadores.
La respuesta del público, llenando las salas de Contracampo y dejando vacías las del Festival oficial, es contundente. Es un mensaje claro a los gestores de la cultura y a los políticos: el cine argentino se está defendiendo y ganando la batalla de la audiencia. Pero la lucha recién comienza.
El futuro del cine argentino: ¿un Contracampo permanente?
La pregunta que surge después de la intensa experiencia de Contracampo es: ¿será esta una experiencia aislada o un cambio de paradigma? ¿Es posible imaginar un cine argentino que se sustente sin la dependencia de un INCAA cada vez más hostil? ¿El éxito de Contracampo marcará un antes y un después, abriendo un camino para una forma nueva de gestionar el cine argentino? El tiempo lo dirá.
La imagen de largas filas en las funciones nocturnas de Contracampo, contrastando con las butacas vacías de Mar del Plata, se quedará grabada como un recordatorio: el cine argentino está vivo y está peleando por un futuro que lo vea florecer, libre de las garras de los que lo ven como un obstáculo y no como un arte.
Mientras tanto, la batalla continúa. Una batalla que se libra no solo en Mar del Plata, sino en cada sala de cine, en cada festival, en cada decisión política que afecta al futuro del cine argentino. Y la pregunta que debemos hacernos es ¿De qué lado estamos?