En Rosario, el eco de las balas perfora la noche, un ulular constante que se mezcla con el hedor de la impunidad. Elías Jeremías Vallejos, su nombre grabado a fuego en el expediente del asesinato del empresario Ricardo Capoulat, hoy es la pieza central de un rompecabezas sangriento que conecta el intento de asesinato del policía Gabriel Sanabria y el brutal homicidio de Ángel Ocampo. ¿La clave? Un teléfono celular, una ventana a las entrañas del horror que sacude la ciudad.
El celular del sicario: Radiografía del horror
La detención de Vallejos tras el crimen de Capoulat fue la punta del iceberg. La VW Amarok de la víctima en su poder era una prueba irrefutable, pero el verdadero tesoro, la llave maestra al infierno, se ocultaba en la memoria de su celular.
La fiscal Gisela Paolicelli no dudó: imputación por homicidio agravado en grado de tentativa por el caso Sanabria, homicidio agravado consumado por el caso Ocampo. El juez Fernando Sosa, con el peso de la evidencia, dictó prisión preventiva. Pero, ¿quién es este hombre capaz de desatar semejante infierno?
Vallejos: Un engranaje en la maquinaria del crimen
Vallejos no era un lobo solitario, sino un sicario, un brazo armado al servicio de una estructura criminal despiadada. Su nombre está tatuado junto al de Matías “Pino” César, un preso de la cárcel de Piñero, un lugarteniente de Los Monos, con una condena de 40 años a cuestas por los atentados al Poder Judicial de 2018. Desde su celda, “Pino” César tejía la red, impartía las órdenes, y Vallejos era su ejecutor.
Pero la madeja es aún más intrincada. Las investigaciones señalan a Sebastián Coronel, otro detenido, como el gatillo que disparó contra Sanabria y Ocampo. Ambos, en su momento, fueron vinculados a la banda de Los Picudos, jóvenes sicarios de Villa Gobernador Gálvez, carne de cañón, mano de obra barata en la economía del delito. Adolescentes, un futuro segado por la violencia y la desesperación.
Sanabria y Ocampo: Dos vidas arrebatadas por la misma mano
El 27 de mayo de 2022, Gabriel Sanabria, policía de la Brigada Motorizada, intentó identificar un Peugeot 206 robado. En Arijón al 400, al acercarse, una ráfaga de balas lo dejó al borde de la muerte. 70 días en terapia intensiva, luchando por respirar. Hoy, la imputación de Vallejos es un consuelo agridulce, una cicatriz que no cierra.
Al día siguiente, la madrugada del 28 de mayo de 2022, Ángel “Chino” Ocampo cayó en la trampa mortal. Nadin “Peke” Martínez lo citó con la promesa de un encuentro íntimo. En la esquina de Dorrego y Tucumán, Sebastián Coronel y Vallejos lo esperaban con las armas listas. Una emboscada fría, calculada, que le arrancó la vida.
Rosario: Donde la impunidad es el combustible del infierno
La imputación de Vallejos es un destello en la oscuridad, pero no borra la realidad lacerante de Rosario. En 2022, 290 homicidios, la cifra más escalofriante de su historia. Detrás de cada número, un rostro, una familia, un futuro robado. Y la impunidad, como un virus, se propaga, alimentando la desesperanza.
La justicia lenta, la falta de recursos, la corrupción policial, la complicidad política… un cóctel explosivo que permite que los sicarios sigan sembrando el terror, reclutando jóvenes, amasando fortunas a costa del dolor ajeno. ¿Hasta cuándo permitiremos que la sangre siga tiñendo las calles de Rosario?
Un grito desesperado por justicia
La historia de Elías Jeremías Vallejos, el sicario desvelado por un celular, es un espejo que nos devuelve la imagen cruda de Rosario: una ciudad herida, asediada por la violencia, la impunidad y la desesperación. Pero también es un llamado a rebelarnos, a exigir justicia, a denunciar la corrupción, a proteger a nuestros jóvenes de las garras del crimen.
No podemos resignarnos a vivir con el miedo tatuado en la piel, a ver a nuestros hijos crecer en un campo minado de violencia. El Estado debe asumir su rol, invertir en seguridad, en educación, en oportunidades reales. Los jueces y fiscales deben actuar con celeridad y transparencia, castigando a los culpables, protegiendo a las víctimas. La policía debe ser garante de seguridad, no cómplice de la corrupción.
La lucha contra el crimen organizado es una batalla que debemos librar juntos. No podemos ser espectadores pasivos mientras la violencia nos roba la vida y la esperanza. Unámonos, organicémonos, alcemos la voz y digamos basta. Rosario merece vivir en paz, nuestros hijos merecen un futuro digno.
Que la historia de Elías Jeremías Vallejos, el sicario expuesto por un celular, no sea solo un expediente policial, sino el detonante de un cambio profundo. Que su nombre se convierta en sinónimo de lucha contra la impunidad, en un recordatorio constante de que la justicia, aunque tarde, siempre llega. Que su historia inspire a construir una Rosario más justa, más segura, más humana.