Roma, la Ciudad Eterna, se vistió de solemnidad el 8 de diciembre para celebrar la Inmaculada Concepción. En una tradición que se renueva año tras año, el Papa Francisco encabezó el homenaje a la Madre de Dios en la Plaza España, un evento que congregó a miles de fieles y autoridades locales. Previo a su llegada a la plaza, el Santo Padre realizó una visita a la Basílica de Santa María la Mayor para rezar ante la icónica imagen de la Salus Populi Romani, protectora del pueblo romano, un gesto que suele realizar antes y después de sus viajes internacionales.
Una oración por la humanidad
En el corazón de Roma, frente a la imponente columna de la Inmaculada Concepción, el Papa Francisco elevó una plegaria llena de significado y esperanza. Rodeado de una multitud que incluía al alcalde de Roma, Roberto Gualtieri, y al nuevo Cardenal Baldassare Reina, el Santo Padre pronunció una oración que resonó con fuerza en cada rincón de la plaza. Sus palabras, cargadas de ternura y preocupación por la humanidad, fueron un llamado a la solidaridad, la paz y la renovación espiritual en un mundo convulsionado por las crisis y la guerra.
La oración del Papa Francisco no se limitó a la conmemoración religiosa, sino que se extendió a las realidades cotidianas que enfrenta la ciudad de Roma. Hizo mención a las obras de renovación que se llevan a cabo en preparación para el próximo Jubileo, reconociendo las molestias que estas pueden causar a los ciudadanos, pero destacando su importancia para la modernización y la capacidad de acogida de la capital italiana. Más allá de lo material, el Papa instó a los presentes a no descuidar “las obras del alma”, enfatizando que el verdadero Jubileo se encuentra en el interior de cada persona, en la transformación del corazón y en las relaciones humanas.
“El verdadero Jubileo está dentro; dentro de sus corazones, dentro de las relaciones familiares y sociales
En un momento de profunda introspección, el Papa recordó las palabras de Jesús en la sinagoga de Nazaret, cuando proclamó el año de gracia del Señor, un mensaje de liberación y esperanza para los oprimidos. Francisco instó a los fieles a escuchar y seguir el ejemplo de Jesús, a ser instrumentos de paz y a combatir la envidia y la cerrazón que generan violencia y sufrimiento.
Un encuentro con el arte y la espiritualidad
Tras concluir la ceremonia en la Plaza España, el Papa Francisco se dirigió al Palacio Cipolla para contemplar una obra de arte que le es especialmente querida: “La Crucifixión Blanca” de Marc Chagall. Esta pintura, cargada de simbolismo y espiritualidad, representa la crucifixión de Jesús en un contexto de sufrimiento y esperanza para el pueblo judío. La visita del Papa a esta obra, expuesta en Italia por primera vez en ocasión del Año Santo, no fue un simple acto protocolar, sino un momento de profunda conexión con el mensaje de amor, compasión y redención que transmite el artista a través de su arte.
“La Crucifixión Blanca” es una obra monumental que conmueve al espectador con su intensidad emocional y su compleja iconografía. Chagall, un artista profundamente enraizado en su tradición judía, plasma en este lienzo el horror del Holocausto y la persecución del pueblo judío, utilizando la imagen de la crucifixión como símbolo universal del sufrimiento humano. La presencia de figuras bíblicas y elementos de la cultura judía en la obra crea un diálogo interreligioso que invita a la reflexión sobre la justicia, la tolerancia y la necesidad de la paz. Para el Papa Francisco, esta obra maestra representa un llamado a la reconciliación y a la construcción de un mundo donde la violencia y el odio sean reemplazados por el amor y la fraternidad.
La solidaridad con los pobres, un imperativo moral
Coincidiendo con la Jornada Mundial de los Pobres, el Papa Francisco aprovechó la ocasión para interpelar a los fieles sobre su compromiso con los más necesitados. Durante la bendición del Ángelus, lanzó una pregunta que resonó con fuerza en la Plaza de San Pedro: “¿Me privo de algo para darle a los pobres?”.
Con esta simple pero profunda interrogante, el Santo Padre puso en el centro del debate la necesidad de la solidaridad y la compasión en un mundo marcado por la desigualdad y la indiferencia. Francisco instó a los presentes a no conformarse con la mera limosna, sino a involucrarse personalmente con el sufrimiento de los demás, a mirar a los ojos a quienes viven en la pobreza y a tenderles una mano amiga. “No olvidemos que los pobres no pueden esperar”, fue el mensaje contundente del Papa, un llamado a la acción inmediata que interpeló la conciencia de todos los presentes.
El Papa Francisco concluyó su mensaje dominical con un enérgico llamado a la paz mundial. Con voz firme, instó a los gobernantes de todo el mundo a escuchar el clamor de los pueblos que anhelan vivir en armonía y tranquilidad. Condenó la guerra como un acto inhumano que induce a la comisión de crímenes atroces, y elevó una oración por la paz en Ucrania, Palestina, Israel, Líbano, Myanmar y Sudán, países asolados por conflictos armados. Sus palabras fueron un recordatorio de la responsabilidad moral de los líderes políticos de trabajar por el bien común y de buscar soluciones pacíficas a las controversias internacionales.
Las celebraciones por la Inmaculada Concepción en Roma se convirtieron así en un escenario para la reflexión sobre los grandes desafíos que enfrenta la humanidad en la actualidad. El Papa Francisco, con su sencillez y su profunda espiritualidad, guio a los fieles en un camino de esperanza y compromiso, recordándoles la importancia de la solidaridad, la paz y la renovación interior como pilares fundamentales para la construcción de un mundo más justo y fraterno.