París, la ciudad de las luces, brilló con un fulgor especial este fin de semana. No por la Navidad que se avecina, sino por el renacimiento de un símbolo, de una joya arquitectónica que desafió al tiempo y a la tragedia: Notre Dame. Cinco años y medio después del devastador incendio que conmocionó al mundo, la catedral abrió nuevamente sus puertas, en una emotiva ceremonia cargada de simbolismo y esperanza.
Un renacer entre la solemnidad y la esperanza
El sábado 7 de diciembre, bajo un cielo gris y lluvioso que parecía querer sumarse al recogimiento del momento, el arzobispo de París, Laurent Ulrich, encabezó el ritual de reapertura. Tres golpes de su cruz sobre las imponentes puertas de madera, talladas con los restos del incendio, fueron la señal. Adentro, los cantores respondieron con el Salmo 121: «A las montañas levanto mis ojos; ¿de dónde vendrá mi socorro?». Un diálogo entre la fe y la historia, entre el dolor y la esperanza, que resonó en la nave central, aún con el aroma a madera nueva.
La ceremonia, que reunió a líderes mundiales como el presidente francés Emmanuel Macron, el presidente electo de Estados Unidos Donald Trump, y el presidente ucraniano Volodímir Zelenski, se vio modificada por el clima. La lluvia obligó a trasladar parte del evento al interior de la catedral, pero no logró opacar la solemnidad ni el significado profundo de la reapertura.
Macron: “Hemos realizado lo imposible”
En su discurso, Emmanuel Macron no pudo ocultar su emoción. “Hemos descubierto lo que las grandes naciones pueden hacer, realizar lo imposible”, afirmó, en referencia a la promesa cumplida de reconstruir Notre Dame en tiempo récord. Sus palabras resonaron con fuerza, no solo como un logro arquitectónico, sino como un símbolo de la resiliencia francesa y de la capacidad humana para superar la adversidad.
Macron destacó la metáfora que representa Notre Dame: la de una nación, la del mundo entero, capaces de unirse para alcanzar un objetivo común. Recordó el rol protagónico de la catedral a lo largo de la historia de Francia, en el arte, la literatura, y la vida misma de los parisinos. Un edificio que ha sido testigo silencioso de siglos de historia, y que ahora se yergue de nuevo, majestuoso, como un faro de esperanza.
La primera misa: Un encuentro con la fe y la historia
El domingo, la emoción continuó con la primera misa celebrada en Notre Dame desde el incendio. El arzobispo Ulrich consagró el altar mayor, devolviendo la sacralidad al monumento. 2.500 invitados, entre ellos el presidente Macron y la primera dama, Brigitte, participaron de la ceremonia. Un momento histórico para la Francia laica, donde la separación entre Iglesia y Estado es un principio fundamental.
“La pena del 15 de abril de 2019 ha desaparecido”, declaró el arzobispo Ulrich en su homilía. “La catedral de París recupera su esplendor, como ninguna persona la ha conocido antes”. Sus palabras fueron un bálsamo para los corazones de millones de católicos en todo el mundo, que vieron en la reapertura de Notre Dame un signo de renovación y de la fuerza inquebrantable de la fe.
Más allá de la religión: Un símbolo para la humanidad
La reapertura de Notre Dame trasciende lo religioso. Es un símbolo de la capacidad humana para crear, para reconstruir, para sobreponerse a la destrucción. Un recordatorio de que incluso ante las tragedias más devastadoras, la esperanza y el trabajo conjunto pueden lograr lo que parece imposible.
La catedral, con sus nuevas puertas de madera, sus vitrales restaurados y su órgano que vuelve a sonar, es hoy un testimonio de la perseverancia y del amor por el arte y la historia. Notre Dame renace, no solo como un templo de fe, sino como un monumento a la capacidad humana para soñar, crear y reconstruir. Un legado para las futuras generaciones, un símbolo de que la belleza y la esperanza siempre pueden renacer de las cenizas.