¡Paren las rotativas! ¡Agarren sus pelucas! ¡Demian Reidel, el cerebro detrás del cerebro de Milei (o al menos eso dicen), tiene un IQ más alto que Beethoven! O eso es lo que nos quiere hacer creer Daniela Pantano, actriz, bailarina y aparentemente, experta en coeficientes intelectuales del siglo XVIII. Sí, amigos, leyeron bien. En una entrevista que quedará para los anales de la historia de la estupidez humana (o al menos para la sección de comentarios de este artículo), Pantano aseguró que Reidel tiene un IQ de 170, superando al mismísimo genio musical que compuso la Quinta Sinfonía… ¡siendo sordo!
Un concierto para la ignorancia
La escena, digna de una comedia de enredos escrita por un simio con un diccionario, tuvo lugar en la Semana de la Inteligencia Artificial. Allí, entre robots que aprenden a bailar tango y algoritmos que predicen el futuro del dólar blue, Pantano y Reidel se encontraron para una charla que, en retrospectiva, hubiera sido mejor reemplazar por un partido de tejo. La actriz, visiblemente impresionada (o quizás simplemente buscando un titular), espetó la joya de la corona: “Me siento intimidada… ¡Tu IQ es más alto que el de Beethoven!”. Reidel, con la humildad que caracteriza a los genios incomprendidos, respondió con un lacónico: “Tengo que tocar el piano”.
Ahora bien, dejemos de lado por un momento el hecho de que comparar el IQ de un economista del siglo XXI con el de un compositor del siglo XVIII es como comparar peras con elefantes. La pregunta del millón es: ¿de dónde rayos sacó Pantano que Beethoven tenía un IQ de 160? ¿Acaso consultó con una ouija? ¿Tuvo una visión mística en medio de una clase de zumba? La realidad, mis queridos lectores, es que no existe registro alguno del IQ de Beethoven. El test de inteligencia, tal como lo conocemos, fue creado en 1905, mucho después de que el genio alemán dejara este mundo para deleitar a los ángeles con sus sonatas.
Y aquí es donde la cosa se pone aún más turbia. Resulta que, según algunos estudiosos de dudosa reputación (y probablemente financiados por fabricantes de gorros de papel aluminio), el IQ de Beethoven se estimaba en… ¡130! Sí, amigos, 130. Una cifra respetable, sin duda, pero bastante lejos del 160 que Pantano le atribuyó con la misma seguridad con la que un terraplanista afirma que la Tierra es plana.
Pero más allá de los números y las especulaciones dignas de un programa de chimentos de cuarta, lo que realmente importa es el mensaje que se esconde detrás de esta ridícula comparación. ¿Acaso Reidel, al aceptar tácitamente la absurda afirmación de Pantano, intenta presentarse como un genio superior a uno de los compositores más importantes de la historia? ¿Es esta una estrategia para desviar la atención de los problemas reales del país, como la inflación galopante, la pobreza creciente y la falta de políticas públicas coherentes?
El circo mediático y la política del espectáculo
En la era de las redes sociales, donde la información se consume en forma de memes y titulares sensacionalistas, la política se ha convertido en un reality show. Figuras como Milei y sus asesores han comprendido a la perfección las reglas del juego, utilizando la provocación y el escándalo para captar la atención del público y construir una imagen de rebeldía y anti-establishment. La anécdota del IQ de Reidel no es más que un capítulo más de esta tragicomedia, un intento de generar polémica y distraer a la audiencia de los temas que realmente importan.
Lo cierto es que mientras Reidel se pavonea con su supuesto intelecto superior al de Beethoven, millones de argentinos se preguntan cómo llegarán a fin de mes, cómo pagarán las facturas de luz y gas, cómo harán para que sus hijos tengan una educación digna. La realidad, mis amigos, es mucho más compleja que un número mágico que pretende medir la inteligencia. Y la solución a los problemas del país no se encuentra en el cerebro de un economista iluminado, sino en el trabajo conjunto, la solidaridad y la construcción de un futuro más justo para todos.
En definitiva, la comparación entre Reidel y Beethoven es un insulto a la inteligencia… y a la música. Es una muestra más de la banalización del discurso público y de la frivolización de la política. Y lo peor de todo es que, en este circo mediático, los únicos payasos somos nosotros, los ciudadanos que nos dejamos engañar por las luces de colores y los cantos de sirena de estos falsos profetas.
Así que la próxima vez que escuchen a alguien hablar del IQ de Reidel, recuerden a Beethoven. Recuerden su genialidad, su perseverancia y su lucha contra la adversidad. Y pregúntense: ¿qué ha hecho Reidel para merecer siquiera ser mencionado en la misma frase que el maestro? La respuesta, me temo, es tan evidente como el silencio de una partitura en blanco.
Y hasta aquí llegamos con este humilde análisis. No olviden dejar sus comentarios (los insultos son bienvenidos) y compartir este artículo con sus amigos. Porque la verdad, aunque duela, siempre debe ser dicha. ¡Hasta la próxima!