Córdoba late al ritmo del verdinegro. Una marea humana, teñida con los colores de San Martín de San Juan, ha inundado las calles de la ciudad mediterránea. No son turistas, son guerreros de la fe, cruzados del fútbol que han peregrinado más de 700 kilómetros para presenciar la batalla final por el ascenso a la Liga Profesional. El aire vibra con la esperanza de un pueblo que se aferra a un sueño: volver a la gloria.
Éxodo sanjuanino: una caravana de esperanza
Desde la madrugada del viernes, las rutas que conectan San Juan con Córdoba fueron testigos de un éxodo sin precedentes. Más de 25 colectivos, cual galeones modernos, transportaron a miles de hinchas sedientos de victoria. A su paso, una sinfonía de cánticos y bocinazos rompía el silencio de la noche, anunciando la llegada de la marea verdinegra. No importaba la incomodidad del viaje, ni las horas de espera. Lo único que importaba era llegar a Córdoba y alentar al equipo con el alma.
En cada rincón de la ciudad, la pasión sanjuanina se hacía sentir. Banderas gigantescas ondeaban al viento, transformando el paisaje urbano en un mosaico verdinegro. Los hinchas, con sus rostros pintados y sus gargantas a punto de estallar, se congregaban en las plazas, en los bares, en cada espacio disponible, para compartir la ilusión del ascenso. La ciudad, por un día, se vistió con los colores del Santo.
El aliento que mueve montañas
En las inmediaciones del estadio Julio César Villagra, la atmósfera era electrizante. La hinchada de San Martín copó cada rincón, desplegando un espectáculo visual y sonoro impresionante. Bombos, trompetas y redoblantes marcaban el ritmo de los cánticos, que resonaban con la fuerza de un trueno. Los jugadores, al sentir el calor de su gente, salían al campo de juego con la convicción de que no estaban solos en esta batalla.
Cada jugada era celebrada como un gol, cada atajada del arquero era un motivo de orgullo. La hinchada no dejaba de alentar ni un solo segundo, empujando al equipo hacia la victoria. “¡Vamos San Martín, carajo!”, era el grito de guerra que se repetía sin cesar, un mantra de esperanza que se elevaba hacia el cielo cordobés.
Para muchos hinchas, este partido era más que una final. Era la culminación de un sueño, la recompensa a años de sacrificio y fidelidad. “Este equipo nos devolvió la alegría”, decía un veterano fanático con los ojos llenos de lágrimas. “Después de tantos años de sufrimiento, merecemos volver a Primera”.
Más allá del resultado: la pasión incondicional
El resultado del partido es una anécdota en la memoria colectiva de la hinchada verdinegra. Lo que realmente importa es el viaje, la experiencia compartida, la unión inquebrantable entre el equipo y su gente. San Martín, con su fiel hinchada, demostró que la pasión no conoce de distancias ni de categorías.
En las tribunas, en las calles, en cada rincón de Córdoba, la marea verdinegra dejó su huella. Un testimonio de amor incondicional por los colores, un ejemplo de cómo el fútbol puede unir a un pueblo en torno a un sueño común. El ascenso, aunque no se haya concretado esta vez, sigue siendo una meta latente, una llama que arde en el corazón de cada hincha de San Martín. Y mientras esa llama siga viva, la esperanza de volver a la gloria jamás se extinguirá.