La ciudad de Bahía Blanca guarda en sus calles y edificios la memoria de quienes la soñaron y construyeron. Entre ellos, Manuel Enrique Mayer, fallecido recientemente a los 76 años, se destaca no solo por su incansable defensa del patrimonio urbano, sino también por su labor en la reivindicación del legado de su padre, el reconocido arquitecto Manuel Mayer Méndez. Su partida deja un vacío en la comunidad, pero también un ejemplo de compromiso y pasión por la historia local.
Un amor por la ciudad heredado
Enrique, como lo conocían sus allegados, descubrió la obra de su padre casi por casualidad, en caminatas prescritas por su médico. Lo que comenzó como una obligación se transformó en una pasión. Recorriendo las calles de Bahía Blanca, Enrique no solo redescubrió los edificios diseñados por su padre, sino que también aprendió a observar la ciudad con una mirada crítica y amorosa. “Por prescripción médica hace unos seis años empecé a caminar. A caminar y a mirar la ciudad, con otros ojos, a prestar atención”, confesó en una entrevista. Aquellas caminatas lo llevaron a conectar con la historia de Bahía Blanca, a valorar su patrimonio y a comprometerse con su preservación.
Su padre, Manuel Mayer Méndez, dejó una huella imborrable en la arquitectura de la ciudad. Más de 300 obras, entre las que se destacan el estadio de básquet del Club Estudiantes, el frente de la Catedral Nuestra Señora de la Merced y el rectorado de la Universidad Nacional del Sur, dan testimonio de su talento y visión. Enrique se propuso rescatar del olvido ese legado, no solo por el vínculo familiar, sino por la importancia de reconocer el aporte de Mayer Méndez a la identidad urbana de Bahía Blanca.
Más allá de la contemplación: un activista por el patrimonio
El compromiso de Enrique con el patrimonio de Bahía Blanca trascendió la mera admiración. Se convirtió en un activo defensor de la ciudad, participando en la Comisión de Asesoramiento en Patrimonio Arquitectónico y utilizando su voz en el Concejo Deliberante para plantear inquietudes y exigir respuestas a las autoridades. Su preocupación por las obras del Museo de Bellas Artes, su interés por el edificio del ex Banco Hipotecario y su constante búsqueda de información sobre el nuevo Código de Planeamiento Urbano demuestran su activa participación en la vida de la ciudad.
Enrique no se limitaba a observar, sino que interpelaba, cuestionaba y proponía. Su mirada crítica y su insistencia en la correcta preservación del patrimonio lo convirtieron en una figura incómoda para algunos, pero fundamental para la defensa de la identidad arquitectónica de Bahía Blanca. Su legado reside en su capacidad de transformar el amor por la ciudad en acción concreta, en la convicción de que el pasado es un tesoro que debe ser protegido para las futuras generaciones.
El eco de sus pasos en la plaza Rivadavia
La noticia de su fallecimiento resonó con tristeza en la comunidad bahiense. Aquellas caminatas por la plaza Rivadavia, donde se lo veía observar con atención los detalles de la ciudad, ahora se transforman en un símbolo de su presencia. Su mirada crítica y apasionada, su compromiso con la memoria urbana, son un legado que Bahía Blanca debe honrar. Como escribió Borges, “”¿Quién nos dirá de quién, en esta casa,/sin saberlo nos hemos despedido?” La respuesta, quizás, esté en cada edificio que lleva la marca de Mayer Méndez, en cada rincón de la ciudad que Enrique recorrió con su mirada atenta y amorosa.
Su labor en la Universidad Nacional del Sur, donde impulsó la designación del edificio verde del campus de Palihue con el nombre de su padre –justamente donde se dictan las clases de Arquitectura–, es otro ejemplo de su compromiso con la memoria y la formación de las nuevas generaciones.
Manuel Enrique Mayer no solo honró el legado de su padre, sino que construyó el suyo propio, convirtiéndose en un referente ineludible para quienes valoran el patrimonio urbano de Bahía Blanca. Su recuerdo permanecerá vivo en cada baldosa, en cada fachada, en cada espacio que defendió con pasión y convicción.