Imaginen un mundo donde el suelo bajo nuestros pies se convierte en polvo, donde la tierra fértil que nos alimenta se transforma en desierto. No es ciencia ficción, es la realidad que nos plantea un reciente informe de la ONU: el 78% de la superficie terrestre se ha vuelto más seca en las últimas tres décadas. Este fenómeno, conocido como aridez, amenaza con convertir vastas extensiones de tierra en páramos inhóspitos, impactando la vida de miles de millones de personas.
La aridez: una amenaza silenciosa que se expande
La aridez no es simplemente la falta de lluvia. Es un proceso complejo donde la tierra pierde su capacidad de retener agua, volviéndose gradualmente más seca e infértil. A diferencia de las sequías, que son temporales, la aridez es una condición persistente que puede llevar a la desertificación, un proceso irreversible que transforma la tierra en desierto.
El informe de la Convención de las Naciones Unidas para la Lucha contra la Desertificación (UNCCD) revela una situación alarmante: la aridez está aumentando a un ritmo preocupante en todo el planeta. Entre 1990 y 2020, casi el 80% del suelo mundial experimentó un incremento en su sequedad, comparado con los niveles registrados entre 1960 y 1990. Esto significa que vastas extensiones de tierra, que antes eran productivas, están perdiendo su capacidad de sustentar la vida.
Las principales causas de este fenómeno son el cambio climático y la actividad humana. La emisión de gases de efecto invernadero, la deforestación y la agricultura intensiva están alterando los patrones de lluvia, aumentando las temperaturas y degradando los suelos, acelerando así el proceso de desertificación.
Argentina en el mapa del riesgo
La crisis de la aridez no es un problema lejano. En Argentina, dos regiones han sido identificadas como “puntos calientes” en el mapa de la desertificación: el noroeste y el sureste del país. En el noroeste, la transformación de tierras fértiles en tierras secas se está produciendo a un ritmo acelerado. En el sureste, la Patagonia, ya de por sí árida, se enfrenta a la amenaza de una desertificación aún más severa, con proyecciones que indican la posible aparición de zonas desérticas para el año 2100.
La disminución del caudal de agua proveniente de la Cordillera de los Andes, proyectada en un 40% para finales de siglo, agrava aún más la situación en estas regiones. Menos agua significa menos vegetación, menos sombra, menos capacidad del suelo para retener la humedad y, en última instancia, más desertificación.
Esta situación no solo amenaza la biodiversidad y los ecosistemas de estas regiones, sino que también impacta directamente en la vida de las personas. La agricultura, la ganadería y el acceso al agua se ven seriamente comprometidos por la creciente aridez, poniendo en riesgo la seguridad alimentaria y el desarrollo económico de las comunidades afectadas.
Consecuencias globales: un futuro incierto
Las proyecciones para el futuro son alarmantes. Si no se toman medidas urgentes para frenar el avance de la aridez, las consecuencias serán devastadoras. Para 2100, se estima que 5.000 millones de personas podrían verse afectadas por la escasez de agua y la degradación de los suelos. La aridez aumentaría la inseguridad alimentaria, las migraciones masivas y los conflictos por los recursos naturales.
La capacidad del suelo para absorber agua, vital para la agricultura y la vida en general, se reduciría en un 67% para 2100. Esto significa que la tierra será menos capaz de recuperarse de las sequías, y las inundaciones serán más frecuentes y destructivas. El impacto en la producción de alimentos será catastrófico, con pérdidas millonarias en cultivos esenciales como maíz, trigo y arroz.
La desertificación también agravará el cambio climático. Los suelos secos absorben menos dióxido de carbono, un gas de efecto invernadero clave. Esto crea un círculo vicioso: el cambio climático acelera la desertificación, y la desertificación, a su vez, intensifica el cambio climático.
¿Qué podemos hacer?
La lucha contra la aridez es una tarea global que requiere la cooperación de todos los países. Es fundamental reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, promover prácticas agrícolas sostenibles, proteger los bosques y restaurar los ecosistemas degradados.
A nivel individual, también podemos contribuir. Reducir nuestro consumo de agua, elegir productos agrícolas de origen local y sostenible, y apoyar a las organizaciones que trabajan en la lucha contra la desertificación son acciones que marcan la diferencia.
El tiempo se agota. La tierra nos está enviando un mensaje claro: debemos actuar ahora para proteger nuestro planeta y asegurar un futuro sostenible para todos. La aridez es una amenaza real y creciente, pero no es invencible. Con conciencia, acción y cooperación, podemos revertir esta tendencia y construir un mundo donde la tierra siga siendo fuente de vida para las generaciones futuras.