En 1929, Ortega y Gasset, en su obra “La rebelión de las masas”, describió un fenómeno que se ha agudizado en nuestra era: el rechazo a la autoridad intelectual y el auge de la opinión individual. Hoy, con la democratización de la información y las herramientas de creación de contenido, esta rebelión se ha trasladado al ámbito digital, transformando la forma en que consumimos información, nos entretenemos e incluso participamos en la política.
El ocaso de la élite y el auge del creador
Internet y las redes sociales han derribado las barreras de acceso a la producción y difusión de contenido. Cualquiera con un teléfono móvil puede convertirse en un “creador”, compartiendo sus ideas, experiencias y talentos con una audiencia global. Este nuevo ecosistema desafía el modelo tradicional de medios de comunicación y las estructuras jerárquicas de conocimiento, donde una élite de expertos y profesionales controlaba el flujo de información.
Plataformas como YouTube, Instagram, TikTok y Twitch han empoderado a millones de individuos, permitiéndoles construir comunidades, monetizar su contenido y alcanzar la fama y el reconocimiento sin la intermediación de las instituciones tradicionales. Este fenómeno ha democratizado la creación, pero también ha generado nuevas formas de control y manipulación, donde los algoritmos y las dinámicas de viralidad dictan las reglas del juego.
La influencia como nueva moneda social
En esta nueva era, la influencia se ha convertido en una forma de capital social y económico. Los “influencers”, con sus legiones de seguidores, tienen el poder de moldear la opinión pública, generar tendencias de consumo y movilizar a las masas. Su capacidad para conectar con la audiencia de forma directa y auténtica, a menudo eludiendo los filtros de los medios tradicionales, los convierte en figuras clave en el panorama cultural y político.
Sin embargo, este poder conlleva una gran responsabilidad. La falta de regulación y la proliferación de información falsa y manipulada plantean un desafío para la credibilidad y la ética en el ecosistema digital. La línea entre la información veraz y la propaganda se vuelve cada vez más borrosa, y la capacidad crítica del público se pone a prueba constantemente.
De la “brutalidad” a la “bestialidad”: La profecía de Ortega y Gasset
Ortega y Gasset, en su análisis de la rebelión de las masas, hablaba de la “brutalidad” como una característica definitoria de este fenómeno. Hoy, podríamos hablar de “bestialidad”, no en un sentido peyorativo, sino para describir la fuerza incontenible y a menudo irracional que impulsa a las multitudes en el espacio digital. La viralidad, la inmediatez y la emocionalidad se imponen sobre la razón y el análisis crítico, creando un caldo de cultivo para la polarización y la desinformación.
Personajes como MrBeast en YouTube, con sus videos extravagantes y su ostentación de riqueza, personifican esta nueva era de la creación de contenido, donde la espectacularidad y el entretenimiento puro se imponen sobre cualquier otra consideración. Este fenómeno, aunque aparentemente superficial, refleja un cambio profundo en los valores y las aspiraciones de la sociedad.
¿Democratización o caos?: El futuro del conocimiento
La rebelión de los creadores plantea interrogantes fundamentales sobre el futuro del conocimiento y la información. ¿Estamos ante una verdadera democratización del saber o nos dirigimos hacia un escenario de caos informativo, donde la verdad se diluye en un mar de opiniones y manipulaciones? La respuesta a esta pregunta dependerá de nuestra capacidad para desarrollar herramientas de análisis crítico, fomentar la educación mediática y promover un uso responsable de las tecnologías.
La figura del experto, aunque cuestionada, no ha desaparecido. Su rol se está transformando, adaptándose a las nuevas realidades del ecosistema digital. La colaboración entre expertos y creadores, la verificación de la información y la promoción del pensamiento crítico son esenciales para navegar en este nuevo mundo.
El debate sobre la rebelión contra los expertos no es solo una cuestión académica, sino una preocupación social y política de primer orden. La forma en que nos informamos, nos comunicamos y participamos en la sociedad está cambiando radicalmente, y es crucial entender estos cambios para construir un futuro más informado, justo y democrático.