¿Quiénes sino los abuelos y abuelas, con sus rostros surcados por el tiempo y sus manos que han trabajado la tierra, podrían encabezar una marcha en defensa de la dignidad? El Congreso Nacional, imponente, fue testigo de cómo miles de jubilados, acompañados por la CGT, inundaron las calles de Buenos Aires. No era una marea, sino un río caudaloso de canas, bastones y miradas firmes, unidos contra el ajuste que amenaza con arrancarles el presente y el futuro.
Ricardo, el Eternauta de la Resistencia: Un símbolo contra el olvido
Ricardo, un hombre de 74 años, no necesita capa ni superpoderes para ser un héroe. Su máscara de gas, reminiscencia del Eternauta, el personaje de ciencia ficción que luchaba contra invasores, es un escudo contra la indiferencia. Jubilado por moratoria, sobreviviente de las privatizaciones de los 90, Ricardo personifica la valentía de quienes se niegan a ser despojados de su dignidad. Su voz, aunque temblorosa, resuena con la fuerza de la convicción: ‘Los jubilados somos la vanguardia contra el ajuste’.
La multitud lo rodea, agradecida. Quieren fotos, un apretón de manos, una palabra de aliento. Ricardo, el Eternauta de la Resistencia, se convierte en un faro de esperanza en medio del descontento.
Testimonios de una lucha cotidiana
Julia, con sus 78 años a cuestas y la mirada fija en el Congreso, ruega: ‘Ojalá nos sigan acompañando, a ver si logramos que nos aumenten’. Su voz, cargada de súplica, refleja la angustia de miles que cobran la mínima, una suma que se evapora ante la inflación galopante. Los medicamentos son un lujo, la comida escasea en la mesa. La esperanza de Julia se aferra a cada paso de esta marcha.
Cristina, de 72 años, llegó desde Quilmes con un cartel que resume el espíritu de la jornada: ‘Los jubilados somos el motor del cambio’. En sus ojos se vislumbra la determinación de quien se siente llamada a liderar una transformación social, a construir un futuro más justo para las generaciones venideras. ‘Esta frase nació de una noche de insomnio y plegarias’, confiesa, con la voz cargada de emoción.
Raúl, curtido por la vida y la dictadura, cumplirá 72 años en pocos días. Con una sonrisa amarga, se planta frente a la adversidad: ‘Venimos siempre. Nos pegan y al otro miércoles somos más’. Su ‘cuero duro’, como él mismo dice, es la armadura de quien no le teme a la represión y sabe que la lucha es larga y difícil.
La experiencia como bandera: Historias de resistencia compartida
Amalia (82), Patricia (68) y Esther (72) se conocen de cada miércoles, en la esquina de Callao y Rivadavia, convirtiéndose en compañeras de ruta. Esther, memoria viva de las protestas de 2001, comparte sus estrategias para evadir el ‘juego de pinzas’ policial. Amalia, con la sabiduría que dan los años, sentencia: ‘Yo ya no tengo miedo. Siento como si reviviera cada vez que vengo, me hace bien a pesar de todo’, dice con los ojos llenos de brillo.
Patricia, la más precavida, lleva en su bolso todos sus medicamentos. ‘Por si caigo en cana, no puedo dejar de tomarlos’, explica con resignación. A pesar de los riesgos, estas mujeres mayores se niegan a renunciar a sus derechos.
Un respiro en la lucha: Un miércoles sin represión
El miércoles transcurrió en calma, con la policía al margen, permitiendo que la alegría del pueblo se manifestara libremente. ‘Esto es una fiesta popular, ¿y sabés por qué? ¡Porque no está la Policía!’, exclamó Carlos Dawlowfki, el jubilado hincha de Chacarita, impulsor de las primeras marchas con hinchadas de fútbol. La ausencia de represión fue leída como un gesto político, pero la calma no implicó resignación.
El ‘jueves de comadres’: La fuerza de la organización barrial
Marta (80), Betty (65) y Gladys (69) llegaron desde Barracas, portando la bandera de su asamblea barrial. Se conocieron durante los cacerolazos contra los decretazos de Javier Milei. ‘Yo ya había militado años atrás, pero estaba buscando un lugar para sacarme la bronca de encima, para no estar sola con todo este horror que está pasando’, relata Marta, con la voz quebrada por la emoción. En la Plaza Colombia, donde ‘casi todos son gorilas’, encontraron un espacio para organizarse. Empezaron con los ‘jueves de comadres’ y ahora marchan los miércoles y se encuentran los sábados. Aunque cobran más que la mínima, llegar a fin de mes sigue siendo un desafío. Ir al teatro es un lujo impensable, pero encontraron uno nuevo: correr a la Policía.
‘Los corrimos el día del cacerolazo, el año pasado, después de la represión por La Ley Bases. ¡Fue inolvidable! Los echamos entre todos’, cuenta Betty, con una sonrisa traviesa.
Un legado de lucha y esperanza
La marcha de los jubilados, liderada por el Eternauta de la Resistencia y acompañada por miles de voces, fue una demostración de valentía, dignidad y esperanza. Un acto de memoria y resistencia que reafirma que la lucha social sigue viva en Argentina. Sus rostros curtidos, sus manos temblorosas y sus voces resonantes son el testimonio de un pueblo que se niega a ser silenciado. Su legado es un llamado a la acción, una invitación a construir un futuro más justo para todos.