El rugido del motor se mezclaba con los cánticos que brotaban desde el fondo del alma. Cientos de kilómetros separaban a San Juan de Córdoba, pero la distancia parecía acortarse con cada estrofa, con cada bocinazo de aliento. La final del Reducido esperaba, y la marea verdinegra, imparable, se abría paso hacia el estadio.
Un control exhaustivo que no apagó la llama
El ingreso a la provincia mediterránea se convirtió en un escenario de tensión y expectativa. El operativo policial, imponente, desplegaba su fuerza en La Punilla. Autos y colectivos, cargados de ilusiones verdinegras, eran sometidos a rigurosas requisas. Las demoras se extendían por horas, pero ni la espera ni el control podían opacar el brillo en los ojos de los hinchas.
Cientos de botellas y bidones de alcohol fueron confiscados, una medida que buscaba garantizar la seguridad del evento. Sin embargo, la verdadera fiesta se gestaba en el corazón de cada hincha, en la convicción de que el aliento incondicional sería el mejor combustible para el equipo.
A pesar de las demoras y los controles, el clima se mantuvo en calma. No se registraron incidentes ni detenidos, una muestra de que la pasión puede convivir con el respeto y el orden.
Una travesía épica: a dedo y con el corazón
Mientras la mayoría de los hinchas viajaban en vehículos, cuatro jóvenes decidieron emprender una odisea aún más audaz: recorrer los casi 600 kilómetros que separan San Juan de Córdoba a dedo. Con una olla como única compañera de viaje, Alexis Brizuela, Rubén Sánchez, Nicolás Landa y Gonzalo Torrejón se lanzaron a la aventura, impulsados por un amor incondicional a San Martín.
Salimos el martes, a las tres y media de la mañana, desde el barrio Tamarindos… así empezó esta locura.
Las palabras de Alexis resumían la travesía: noches en vela, largas caminatas bajo el sol implacable, la incertidumbre de no saber dónde descansarían al día siguiente. Pero también la solidaridad de aquellos que, conmovidos por su historia, les brindaron un aventón, un plato de comida o un lugar para dormir.
De Caucete a San Luis, de Río Cuarto a Villa María, cada kilómetro recorrido era una victoria, una muestra de la inquebrantable fe verdinegra. La olla, testigo silencioso de la aventura, se convertía en símbolo de la unión y la resistencia.
La polémica en redes: ¿pasión desmedida o irresponsabilidad?
La historia de los cuatro hinchas que viajaron a dedo se viralizó en redes sociales, generando una ola de admiración y solidaridad. Sin embargo, no todos los comentarios fueron positivos. Un mensaje en particular, escrito por una mujer que cuestionaba la decisión de uno de los jóvenes de emprender el viaje en lugar de “buscar trabajo para mantener a su hija”, desató una polémica.
El comentario, que rápidamente se difundió, abrió un debate sobre los límites de la pasión futbolera y la responsabilidad individual. Mientras algunos defendían el derecho de los hinchas a vivir su pasión, otros criticaban la supuesta irresponsabilidad de priorizar el fútbol por encima de las obligaciones familiares.
Más allá de la polémica, la historia de los cuatro jóvenes que viajaron a dedo a Córdoba se convirtió en un símbolo de la pasión incondicional que despierta el fútbol en Argentina. Una pasión que trasciende las barreras económicas y sociales, y que convierte cada partido en una experiencia única e inolvidable.
La odisea verdinegra culminaría en el estadio, con la victoria o la derrota. Pero el verdadero triunfo ya se había consumado en el camino, en cada paso dado con el corazón pintado de verde y negro.
El aliento incesante de la hinchada, presente a pesar de todas las dificultades, sería el mejor testimonio de que el fútbol, a veces, sí es la cosa más importante de las cosas menos importantes. Porque en ese grito unísono, en esa marea verdinegra que inundaba las tribunas, se condensaba la esencia misma del deporte: la pasión, la lealtad y el sueño compartido de la gloria.