¡Córdoba, la ciudad que baila hasta morir! Así parece ser el lema no escrito de una ciudad donde las fiestas electrónicas se han convertido en sinónimo de tragedia. La reciente exhortación de la Cámara Criminal y Correccional de 6° Nominación a la Municipalidad para que prohíba estos eventos es una bofetada de realidad que debería resonar en los oídos sordos de las autoridades.
Basta de hipocresía. Todos sabemos lo que ocurre en estas fiestas: un desenfreno de drogas, alcohol y excesos que, lamentablemente, cobra vidas jóvenes. ¿Hasta cuándo vamos a permitir que la diversión se transforme en una ruleta rusa donde la muerte es una posibilidad latente? La Justicia ha hablado, pero ¿escucharán los responsables de garantizar la seguridad de los ciudadanos o seguirán mirando para otro lado, cómplices silenciosos de este macabro negocio?
Tania Abrile, una víctima más del sistema
El caso de Tania Abrile, la joven artista plástica que falleció en 2016 tras consumir éxtasis en una fiesta electrónica en el Orfeo Superdomo, es solo la punta del iceberg. ¿Cuántas tragedias más necesitamos para que las autoridades reaccionen? La condena a los organizadores del evento es un paso importante, pero no suficiente. Es hora de tomar medidas drásticas, aunque duelan. La vida de nuestros jóvenes vale más que cualquier negocio.
La Justicia ha señalado la “demostrada imposibilidad de proteger adecuadamente” a los asistentes a estas fiestas. Es decir, ni los controles, ni la seguridad privada, ni las medidas sanitarias implementadas hasta ahora han logrado frenar el consumo de drogas y las muertes. ¿Qué más pruebas necesitamos? ¿Acaso esperamos que la lista de víctimas se siga engrosando?
La cultura del consumo y la complicidad de las autoridades
No nos engañemos, la problemática no es solo la droga. Es la cultura del consumo, la presión social, la falta de educación y la permisividad que se respira en estos ambientes. Y sí, también es la complicidad de las autoridades que, por acción u omisión, permiten que estos eventos se sigan realizando.
Los camaristas Buteler, Brandán y Díaz Reyna fueron contundentes: “se trata una actividad de comprobada, inevitable y de grave riesgo para la salud y vida de nuestros jóvenes que, además, difunde una cultura de consumo”. ¿Qué esperan el intendente y el gobernador para actuar? ¿Acaso necesitan que la tragedia toque a sus puertas para entender la gravedad del asunto?
Mientras tanto, los empresarios organizadores de estas fiestas siguen llenando sus bolsillos a costa de la salud y la vida de nuestros jóvenes. Y lo que es peor, algunos incluso han sido premiados por la Municipalidad por su “labor”. ¡Un premio a la irresponsabilidad y la muerte! Es una vergüenza.
¿Prohibir o controlar? El falso dilema
Algunos argumentarán que prohibir las fiestas electrónicas no es la solución, que lo que hay que hacer es controlarlas mejor. Pero la realidad es que los controles han fracasado estrepitosamente. Ocho años después de la muerte de Tania Abrile, seguimos contando víctimas. ¿Hasta cuándo vamos a seguir probando con medidas ineficaces?
La exhortación de la Justicia no es un capricho, es un llamado desesperado a la responsabilidad. Es hora de dejar de lado los intereses económicos y políticos y priorizar la vida de nuestros jóvenes. Prohibir las fiestas electrónicas es una medida drástica, sí, pero necesaria. Es hora de decir basta.
La pregunta que queda flotando en el aire es: ¿Tendrán el coraje las autoridades de Córdoba de hacer lo correcto o seguirán bailando al ritmo de la muerte?