¿Te imaginas el agua helada lamiendo las paredes, la oscuridad que corta como un cuchillo y quince vidas diminutas pendiendo de un hilo? En Bahía Blanca, la noche del desastre se convirtió en una sinfonía de angustia y valentía. El Hospital Penna, asediado por la furia del agua, fue testigo de un acto de heroísmo puro: un equipo de neonatología desafió la muerte para proteger a quince bebés prematuros. Amor, coraje y vocación se entrelazaron para tejer el milagro en medio de la tormenta.
Bahía Blanca bajo el agua: La noche que lo cambió todo
Las calles eran ríos turbulentos, los autos, barcos a la deriva. El Hospital Penna, un faro de esperanza habitualmente, se transformó en una isla de desesperación, inundado por una marea de barro y sombras. El agua implacable amenazaba el subsuelo, hogar de la sala de neonatología, donde quince bebés luchaban por cada aliento. La electricidad, traicionera, se apagó, sumiendo el lugar en un silencio espectral roto solo por el llanto de los pequeños y el rugido del agua. Jeringas, computadoras, todo flotaba en una danza macabra, incluyendo los desechos patológicos, liberando su veneno en las aguas invasoras.
Las Heroínas de Blanco: Un equipo forjado en la adversidad
En ese escenario dantesco, un grupo de mujeres extraordinarias se preparaba para la batalla. Mariana Calahorra, jefa de neonatología con 25 años de experiencia, lideró el equipo con la serenidad que solo otorga la vocación. Junto a ella, Sonia Scardapane, médica incansable, y las enfermeras Mercedes Caredu, Romina Moya, Rocío Lagos, Belén Salazar, Maru Coronado, Clara Marcos, Luciana Marrero, Andrea Ávila, Carolina Cari y Ruth Flores, un ejército de ángeles guardianes. Sin dudarlo, renunciaron a la seguridad de sus hogares para convertirse en el escudo de esos pequeños guerreros.
“Nos miramos y no hizo falta que ni hablemos, ya sabíamos qué teníamos que hacer”, recuerda Mariana, su voz aún cargada de la angustia vivida. Entre ellas no había solo compañerismo, sino un lazo indestructible, una familia unida por el amor y el compromiso.
“A la primera que se caía y se angustiaba, siempre había otra que la abrazaba y le decía, bueno, vamos, ya está, va a estar todo bien, ya nos van a venir a buscar”
Rescate en la oscuridad: Calor humano contra el frío de la tormenta
Iluminadas por la luz vacilante de sus celulares, comenzaron el rescate. Bebés aferrados a sus pechos, incubadoras convertidas en trineos acuáticos, cada paso era una proeza contra la corriente y el miedo. El agua helada les llegaba a la cintura, entumeciendo sus cuerpos, pero no sus corazones.
“La incubadora no se puede trasladar, tiene ruedas, pero no se puede trasladar con agua hasta la cintura, porque por más que sea alta, no la podemos hacer arrastrar”, explica Mariana, reviviendo la odisea de mover esos pesados aparatos.
Una vez a salvo, los bebés fueron entregados a sus madres, un reencuentro marcado por lágrimas de alivio. El contacto piel a piel, el abrazo sanador, fue el mejor refugio contra el frío y la incertidumbre. Las enfermeras, agotadas pero firmes, acompañaron a cada familia, ofreciendo consuelo y esperanza.
Evacuación Imposible: La solidaridad como tabla de salvación
La seguridad era un espejismo. El hospital debía ser evacuado, pero las calles eran ríos furiosos, vetadas para ambulancias. La comunidad, entonces, se convirtió en un ejército de buena voluntad. Una camioneta del personal, una ambulancia desafiando la corriente y, finalmente, un camión del Ejército, se transformaron en arcas de esperanza.
El traslado al hospital Dr. Raúl Matera, a seis kilómetros, fue una prueba de fuego. Amelí, con su kilo escaso, y Mael, con 1,6 kg, eran los más frágiles. Cuatro bebés dependían del oxígeno, dos conectados a un CPAP, reemplazado por cánulas más simples. Cada segundo era vital, cada decisión, un acto de fe.
“No había manera de salir del hospital, estaban todas las calles como ríos”, rememora Mariana, describiendo la sensación de encierro y desesperación.
El Final Feliz: Un abrazo que vale más que mil palabras
Cerca de las siete de la tarde, el camión del Ejército llegó al hospital Matera. La doctora Graciana Manzo y su equipo los recibieron con un abrazo fraterno. “Nos alojaron, nos dieron un abrazo. Estábamos muy cansadas, no habíamos comido del día anterior. Así que nos esperaron con cosas ricas. Fue un final feliz, después de muchas horas, mucha angustia y mucha exposición”, cuenta Mariana, con la voz quebrada por la emoción.
El viernes por la noche, las heroínas volvieron a sus hogares, a sus familias, con el alma marcada por la experiencia, con sus autos sumergidos en el estacionamiento, testigos mudos de su entrega incondicional.
Más allá de la tormenta: Un legado de amor y vocación
El rescate de los quince bebés del Hospital Penna trasciende la crónica de un desastre. Es un canto a la resiliencia humana, a la capacidad de amar y proteger, incluso cuando todo se derrumba. Es un tributo a esos héroes anónimos que dan su vida por los demás, sin esperar nada a cambio.
Pero también es un grito de auxilio por la situación precaria de los hospitales públicos. “El hospital público está bastardeado. Los sueldos son denigrantes. Todos tenemos que trabajar en otro lugar para llegar a fin de mes”, denuncia Mariana, esperando que su historia impulse la inversión en salud y el reconocimiento a quienes la hacen posible.
Hoy, el Hospital Penna nos necesita. El subsuelo ya no existe, la sala de partos desapareció, los recursos escasean. Pero el amor y la vocación siguen intactos, listos para renacer. Si querés ayudar, podés hacerlo a través de:
- Asociación de Ayuda al Prematuro NACER:
Nro. de Cuenta: 6229-51109/2
CUIL/CUIT: 3069588327-3
CBU:0140305101622905110928
Alias: LOTE.CONO.TOLDO - Asociación Cooperadora del Hospital Penna:
CUIT: 30522225009
Alias: CONO.NECTAR.GALERA
Banco Provincia de Buenos Aires
Que este ejemplo ilumine nuestro camino, que valoremos lo esencial y construyamos un mundo donde la solidaridad sea siempre el mejor refugio contra la tempestad. #Heroísmo #BahíaBlanca #Solidaridad #BebésPrematuros #HospitalPenna
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