¿Cómo puede un premio Nobel ser deliberadamente ignorado en su propio país? La historia de Bernardo Houssay, el primer latinoamericano en recibir el Nobel de Fisiología, es un relato de genialidad científica, pero también de desprecio político. Un hombre silenciado por la intolerancia, cuyo legado clama por ser reivindicado.
El Ascenso Científico
Nacido en Buenos Aires en 1887, Bernardo Houssay fue un niño prodigio. A los 13 años ya era bachiller. Su juventud le impidió ingresar de inmediato a la Facultad de Medicina, graduándose primero en Farmacia y Bioquímica. A los 23 años, obtuvo su título de médico con honores. Su vida estaría dedicada a la fisiología.
Su pasión lo llevó a investigar el rol de la hipófisis en el metabolismo de los carbohidratos. Sus experimentos, rigurosos y creativos, sentaron las bases para comprender la diabetes. Sin embargo, estos descubrimientos no fueron bien recibidos por el gobierno de Juan Domingo Perón.
La Tormenta Política
En 1947, Houssay recibió el Premio Nobel de Fisiología. Sin embargo, Raúl Apold, subsecretario de Prensa y Difusión, ordenó ignorar la noticia. Houssay era considerado un opositor.
Mientras el país celebraba la nacionalización de los ferrocarriles, el regreso de Houssay pasó casi desapercibido. Un silencio que resonó con la fuerza de una condena, un vacío comunicacional que hablaba de la mezquindad de un régimen dispuesto a despreciar el talento por razones ideológicas.
La ciencia solo puede vivir y florecer en un ambiente de libertad. Los ambientes de opresión la estancan e impiden su adelanto.
En 1943, tras firmar un manifiesto en defensa de la democracia, Houssay fue destituido de su cargo en la Universidad de Buenos Aires. Con el apoyo de fondos privados, creó el Instituto de Biología y Medicina Experimental, un faro de conocimiento en tiempos de adversidad.
Rechazó ofertas del exterior, y se quedó en Argentina investigando. En sus laboratorios, junto a un grupo de brillantes colaboradores, continuó realizando descubrimientos.
Un Legado Resiliente
Bernardo Houssay falleció en 1971, dejando un legado imborrable. Su trabajo fue fundamental para comprender la diabetes y desarrollar nuevos tratamientos. Formó a generaciones de científicos, entre ellos, Luis Federico Leloir, también ganador del Premio Nobel.
En 1958, Houssay impulsó la creación del CONICET, que hoy lleva su nombre. Carlos Menem reconoció la injusticia cometida contra Houssay, aunque el daño ya estaba hecho.
Un ejemplo para el futuro
La historia de Houssay es un recordatorio de la importancia de defender la libertad de pensamiento y la autonomía de la ciencia. El caso de Houssay es una advertencia sobre los peligros del autoritarismo y la necesidad de proteger los valores democráticos.
Como diría el propio Houssay: ‘La ciencia solo puede vivir y florecer en un ambiente de libertad’.
Su ejemplo inspira a jóvenes científicos a luchar por un país donde la ciencia y el conocimiento sean valorados y respetados.
Su historia nos recuerda que la grandeza de una nación se mide por su capacidad de reconocer y proteger a sus talentos más brillantes.
Hoy, al recordar a Bernardo Houssay, rendimos homenaje a su genio y a su valentía. Pero también alzamos la voz contra la intolerancia y la persecución política.