El sol tucumano caía a plomo sobre la calle Ayacucho ese domingo 1 de diciembre de 1974. El capitán Humberto Viola, su esposa María Cristina, embarazada de cinco meses, y sus dos pequeñas hijas, María Cristina de 3 años y María Fernanda de 5, se dirigían a la casa de los abuelos paternos para el almuerzo dominical. La rutina familiar, sin embargo, se quebró abruptamente en una ráfaga de violencia que marcó para siempre la vida de esta familia y del país.
Una emboscada brutal que apagó una vida inocente
Miembros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) habían planeado meticulosamente el ataque. Conocían los movimientos del capitán Viola, un oficial de inteligencia destinado en Tucumán. Lo que no previeron fue que María Cristina abriría el portón del garaje en lugar de su esposo. La ruptura de la rutina no detuvo la emboscada. Un disparo de escopeta Itaka rompió la tranquilidad del mediodía, seguido de una ráfaga de ametralladora. El capitán Viola, herido, intentó proteger a sus hijas, pero fue abatido a tiros en la calle. En el asiento trasero del Ami 8, la pequeña María Cristina, de apenas tres años, recibió el impacto de los perdigones y murió en el acto.
María Fernanda, de cinco años, sobrevivió al ataque pero con graves secuelas. Una bala en la cabeza la dejó en coma durante cuatro meses y le provocó daños permanentes en la visión. La tragedia marcó el inicio de un largo calvario para María Cristina Picón, la viuda del capitán Viola, quien dedicó su vida a buscar justicia por el asesinato de su esposo e hija.
La lucha incansable de una madre por justicia
María Cristina “Maby” Picón, con una entereza admirable, se enfrentó a un sistema judicial que le negó la reapertura de la causa en 2008, argumentando que el asesinato de su esposo e hija no constituía un delito de lesa humanidad. En 2016, recurrió a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en busca de justicia, pero la muerte la alcanzó en junio de 2021 sin haberla encontrado. A lo largo de su vida, Maby llevó consigo la mochila del dolor, pero también la fuerza del perdón. Su lucha incansable la convirtió en un símbolo de la perseverancia y la dignidad frente a la adversidad.
“Cargo en mis espaldas la mochila del dolor, y enfrenté desde muy joven el duro camino de vivir”, decía Maby, reflejando la profunda herida que dejó el atentado en su vida. A pesar de la tragedia, logró rehacer su vida en Yerba Buena, Tucumán, trabajando en el Colegio Nacional y criando a su hija Agustina, fruto de un segundo matrimonio.
El contexto histórico: violencia política y Operativo Independencia
El asesinato del capitán Viola y su hija se produjo en un contexto de intensa violencia política en Argentina. El ERP, una de las organizaciones guerrilleras más activas de la época, había declarado la guerra al Estado y perpetrado una serie de atentados. El brutal ataque contra la familia Viola fue uno de los detonantes para la implementación del Operativo Independencia en Tucumán, una intervención militar a gran escala que buscaba erradicar la guerrilla.
La “justicia”, aplicada con una vara desigual, condenó a los autores materiales del atentado, pero muchos de ellos fueron liberados años después por buena conducta o gracias a las leyes de indulto. La familia de las víctimas, en cambio, nunca recibió una reparación integral por el daño sufrido. Este caso emblemático ilustra las complejidades del pasado reciente argentino y la deuda pendiente con las víctimas de la violencia política.
El ERP justificó el asesinato del capitán Viola como una represalia por la muerte de guerrilleros, pero reconoció que la muerte de la niña fue “un exceso injustificable”. La tragedia puso en evidencia la crueldad de la violencia política y sus devastadoras consecuencias para las familias y la sociedad en su conjunto.
Un legado de dolor y perdón: la fuerza del amor maternal
A pesar del dolor y la injusticia, María Cristina Picón decidió perdonar a los asesinos de su esposo e hija. En una muestra de profunda fe y humanidad, transformó su tragedia personal en un testimonio de amor y reconciliación. El tatuaje de unas alas en su mano, un símbolo de su hija convertida en ángel, representaba la esperanza de un reencuentro en un plano espiritual.
Su historia nos invita a reflexionar sobre el poder del perdón como herramienta para sanar las heridas del pasado y construir un futuro más justo y pacífico. A cincuenta años del brutal atentado, el legado de María Cristina Picón nos recuerda la importancia de la memoria, la verdad y la justicia, pero también la necesidad de trascender el odio y la violencia para encontrar la paz interior.