Corea del Sur, un país que aparenta una imagen de tranquilidad y modernidad, se vio sacudido entre 2003 y 2004 por una serie de crímenes que paralizaron al país entero. El responsable: Yoo Young-chul, un individuo que se ganaría el macabro apodo de “El Asesino del Impermeable”. Sus actos fueron tan brutales, tan llenos de una maldad escalofriante, que reavivaron el debate sobre la pena de muerte en Corea del Sur. Prepare su estómago, lector, porque lo que sigue es una historia que le erizar
los pelos.
De delincuente común a monstruo
Yoo Young-chul no surgió de la nada. Su historial criminal lo precedía: 14 condenas por delitos que iban desde robos hasta agresiones físicas. Siete años tras las rejas no fueron suficientes para contener la bestia que albergaba dentro. Parecía un padre de familia común, un ciudadano anónimo de Seúl; sin embargo, ocultaba un lado oscuro, capaz de actos de una brutalidad inimaginable. ¿Qué desencadenó su transformación? La respuesta, desafortunadamente, está en la sangre fría de sus crímenes.
Los primeros asesinatos: el terror silencioso
En un principio, las víctimas eran personas adineradas. El método era siempre el mismo: irrumpir en sus casas, golpearlos hasta la muerte con un martillo y dejarlos allí como si se tratara de un simple robo. La ironía macabra es que a Young-chul no le importaba el dinero; las riquezas de sus víctimas no eran el botín. Los detectives se vieron confundidos: era un rompecabezas incompleto donde las piezas no encajaban. No era un simple ladrón, sino algo mucho más siniestro.
Esta dificultad para entender la motivación del asesino dificultó la investigación considerablemente. La policía, acostumbrada a homicidios con un móvil claro, tuvo que repensar sus estrategias, sus métodos para poder dar caza a un individuo aparentemente irracional.
El cambio en las víctimas fue un punto crucial en las pesquisas. A principios de 2004, Yoo Young-chul cambia de target. Deja de lado a los ricos y comienza a atraer a trabajadoras sexuales y masajistas a su casa, bajo la falsa promesa de un empleo.
La Montaña de los Horrores: el infierno de Bongwonsa
La crueldad escaló hasta límites inimaginables. Después del encuentro sexual, las víctimas eran brutalmente golpeadas, descuartizadas y sus restos eran ocultados en las montañas alrededor del templo Bongwonsa, al oeste de Seúl. Este lugar, que solía ser un punto de paz espiritual, se convirtió en un macabro cementerio, una montaña teñida de sangre y horror.
La sociedad surcoreana vivía bajo el terror. Cada nueva desaparición, cada nuevo cuerpo encontrado, era como una puñalada al corazón de la nación. La prensa desataba la locura, la gente se encerró en sus casas. Pero el misterio perduró semanas, meses… el Asesino del Impermeable se burlaba de la policía y sus métodos de investigación.
El final estaba más cerca de lo que Young-chul imaginaba. Una llamada telefónica, una conexión inexplicable a un centro de masajes, una pista que, inesperadamente, llevó a la policía hasta su puerta. El propietario de dicho centro y una de sus trabajadoras, junto a agentes policiales, lo buscaron, lo acorralaron y lo arrestaron.
Un detalle impactante, ¿lo recuerda? Logró escaparse de la comisaría, para ser recapturado horas después mientras caminaba tranquilo por la calle.
Canibalismo y la confesión de un monstruo
Detenido, Young-chul confesó haber asesinado a 26 personas, aunque solo se probaron 20 durante el juicio. El dato que provocó un revuelo mundial? El canibalismo. Afirmó que se había comido partes del hígado de algunas de sus víctimas. Su motivación, según sus propias palabras, era una retorcida justicia: “Las mujeres no deben ser prostitutas y los ricos deberían saber lo que han hecho”. Su justificación era fría, calculada, inhumana.
La investigación reveló elementos perturbadores: imágenes de películas violentas como inspiración para sus crímenes, la influencia del asesino en serie Jeong Do-yeong… la cabeza de un asesino puede funcionar de maneras terribles, insondables.
El juicio y el debate sobre la pena de muerte
El juicio, iniciado en septiembre de 2004, fue tan conflictivo como los propios crímenes. Young-chul, en una demostración de su perversa personalidad, boicoteó el proceso: intentos de atacar a los jueces, agresiones a civiles, intento de suicidio previo a la última sesión. El caos total. Finalmente, el 13 de diciembre del mismo año, fue condenado a muerte por 20 asesinatos.
Aunque la pena capital es permitida en Corea del Sur, no se aplica desde 1997. El caso de Yoo Young-chul revivió la discusión nacional sobre la abolición o la aplicación de la pena de muerte. ¿Era la respuesta adecuada para semejante barbarie? ¿O, acaso, la sociedad surcoreana estaba ante una falla sistémica que no lograba contener a individuos tan peligrosos?
Hoy, Yoo Young-chul cumple su condena, un recordatorio perenne de un horror que sacudió a Corea del Sur, dejando una cicatriz profunda y abriendo un debate ético que sigue vigente.
El caso del Asesino del Impermeable queda como una oscura mancha en la historia, una cruda lección sobre la oscuridad humana y la fragilidad de la sociedad frente a la maldad más pura.