En un mundo fracturado por divisiones y prejuicios implacables, emerge la figura del Papa Francisco, un faro de esperanza cuya luz trasciende fronteras religiosas. Su pontificado, un manifiesto de inclusión y justicia social, ha tocado las vidas de incontables personas alrededor del mundo. Pero, ¿qué ocurre cuando este mensaje de aceptación llega a quien más lo necesita? Esta es la historia de un encuentro que desafió las normas y redefinió el concepto de compasión.
Prepárense para conocer a Diego Neria Lejárraga, el primer transexual invitado al Vaticano por el Papa Francisco. Un encuentro que no solo transformó su vida, sino que también encapsula la esencia del legado de Francisco: un llamado incondicional a la humanidad, la aceptación y el amor.
Un Llamado Inesperado desde el Vaticano
Tres meses y medio después de depositar su esperanza en una carta dirigida al Papa Francisco, Diego recibió una llamada que resonaría para siempre en su memoria. Un número desconocido iluminó la pantalla de su móvil, una voz lejana pronunció su nombre, y al otro lado de la línea, una revelación: “Soy el Papa Francisco”.
La incredulidad inicial de Diego se disipó al escuchar al Papa recitar un fragmento de su propia carta, una prueba irrefutable de que aquel encuentro trascendental estaba a punto de materializarse. Francisco extendió una invitación que cambiaría su destino: “La carta me ha enamorado, me ha gustado mucho y quiero que nos veamos, quiero conocerte, quiero que vengas a verme a Roma”.
El 25 de enero de 2015, acompañado por su pareja Macarena, Diego cruzó las puertas del Vaticano, un territorio históricamente ajeno a su realidad. En la residencia de Santa Marta, el Papa Francisco lo recibió con los brazos abiertos, marcando el inicio de una conversación que duraría una hora y media, un diálogo que sanaría viejas heridas y sembraría las semillas de una nueva esperanza.
Un Abrazo que Trasciende Prejuicios
En la intimidad de aquel encuentro, Diego compartió con el Papa las inquietudes que lo atormentaban, el dolor que lo había acompañado durante años y las dudas que aún persistían en su corazón. Francisco, con una calidez y cercanía que lo caracterizan, escuchó con atención cada una de sus palabras, brindándole consuelo y apoyo incondicional.
“Me quedó claro que yo era un hijo de Dios como cualquier otro, con los mismos derechos y mismas obligaciones. Que no estaba en el pecado mortal en el que me había vendido la curia añeja que tanto daño ha hecho”, recuerda Diego, reviviendo el momento en que sintió que las cadenas del pasado se rompían para siempre.
El Papa Francisco le aseguró que Dios lo amaba tal como era y lo invitó a comulgar si así lo deseaba, un gesto de inclusión que resonó en lo más profundo de su ser. Pero, sobre todo, le regaló una frase que se convertiría en su mantra personal: “A partir de ahora, cuando alguien te rechace, piensa que el problema está en su cabeza y no en tu corazón”.
Infancia en Plasencia: La Búsqueda de una Identidad
Pero para entender el verdadero impacto de este encuentro, es necesario retroceder en el tiempo y adentrarnos en la infancia de Diego, una etapa marcada por el dolor, el rechazo y la búsqueda incansable de su verdadera identidad.
Nacido en Plasencia, España, Diego creció en el seno de una familia católica y conservadora. Desde temprana edad, sintió que su identidad no coincidía con el cuerpo que le había sido asignado al nacer. “Yo aborrecía la ropa de niña, solamente quería juguetes de niño”, recuerda Diego, reviviendo aquellos años de confusión y angustia. En una época en la que la transexualidad era prácticamente inexistente en el imaginario colectivo, Diego se enfrentó a la incomprensión y al rechazo, incluso dentro de la propia Iglesia.
El Doloroso Rechazo de la Iglesia
Uno de los episodios más dolorosos de su infancia ocurrió en la escuela primaria, cuando una monja lo abofeteó por expresar su afecto hacia una niña. El golpe, que lo lanzó contra la pared y le abrió el labio, fue solo el comienzo de un largo camino de aislamiento y sufrimiento. Las monjas alertaron a los padres de sus compañeras, prohibiéndoles jugar con él, convirtiéndolo en un paria. “Imagínate el aislamiento que eso te provoca. Fue horrible lo de las monjas, fue un espanto”, rememora Diego, con la voz aún cargada de emoción.
A pesar del dolor, Diego nunca renunció a su fe. Sin embargo, la herida causada por el rechazo de la Iglesia lo acompañaría durante años, impidiéndole participar plenamente en la vida religiosa. “Yo no podía ir a una iglesia porque me miraba todo el mundo mal. No podía ir a misa, no podía comulgar, no podía hacer nada como católico practicante. Nada. Se me había negado todo porque era como un apestado”, explica Diego, describiendo el sentimiento de exclusión que lo embargaba.
Transición y un Nuevo Encuentro con el Prejuicio
Tras años de lucha interna y de búsqueda de su verdadera identidad, Diego finalmente tomó la decisión de iniciar su transición. A los 40 años, se sometió a una mastectomía y comenzó un tratamiento hormonal con testosterona, logrando así alinear su cuerpo con su identidad de género. Sin embargo, a pesar de este importante paso, el dolor causado por el rechazo de la Iglesia seguía presente en su corazón.
Pero la vida aún le tenía reservadas nuevas pruebas. Un día, Diego se cruzó con un cura conocido de su pueblo, quien lo insultó y lo llamó “hija del diablo”, condenándolo a las llamas del infierno. Este episodio, que reabrió viejas heridas, lo impulsó a escribir una carta al Papa Francisco, un hombre que había cautivado su atención por sus mensajes de inclusión y compasión. “He visto al Papa diciendo preciosidades, que en mi vida no me hubiese imaginado que iba a decir un Papa, hablando bien de los homosexuales, de las madres solteras, de los sintechos, de los inmigrantes. Y dije: a este hombre se lo voy a mandar porque seguro que lo entiende”, recuerda Diego.
El Legado de Francisco: Un Faro de Inclusión
La historia de Diego Neria Lejárraga es solo una de las muchas que ilustran el legado del Papa Francisco. Su pontificado, marcado por un profundo compromiso con los marginados y excluidos, ha sido un faro de esperanza para quienes se sienten olvidados por la sociedad y por la Iglesia.
Francisco ha abogado incansablemente por la inclusión de las personas LGBT+, de los inmigrantes, de los pobres y de todos aquellos que sufren discriminación y opresión. Su mensaje de amor y compasión ha resonado en todo el mundo, inspirando a millones de personas a construir un mundo más justo y solidario.
El encuentro entre el Papa Francisco y Diego Neria Lejárraga es un símbolo de la Iglesia que Francisco soñaba: una Iglesia abierta, acogedora y capaz de abrazar a todos sus hijos, sin importar su identidad de género, su orientación sexual o su condición social.
Un Llamado a la Transformación Personal
El legado del Papa Francisco trasciende las fronteras de la Iglesia Católica. Su mensaje de inclusión, compasión y justicia social es un llamado a la humanidad, una invitación a construir un mundo en el que todos sean respetados y valorados por lo que son.
Hoy, al recordar a Diego Neria Lejárraga, honramos el legado del Papa Francisco y reafirmamos nuestro compromiso de seguir construyendo un mundo más inclusivo y compasivo, un mundo en el que todos puedan vivir con dignidad y amor.
La historia de Diego es un testimonio de que el amor y la aceptación pueden transformar vidas, sanar heridas y construir puentes donde antes solo había muros. Es un recordatorio de que todos somos hijos de Dios y que merecemos ser amados y respetados por lo que somos.
¿Qué podemos aprender de esta historia? Nos invita a reflexionar sobre nuestra propia actitud hacia la inclusión y a tomar medidas para construir un mundo más compasivo. Comparte esta historia en tus redes sociales, reflexiona sobre tu propia actitud hacia la inclusión, apoya a organizaciones que trabajan por los derechos de las personas LGBT+ y recuerda siempre que el amor y la aceptación pueden transformar vidas.