Christian Petersen: el nombre resuena en las cocinas argentinas, sinónimo de talento, simpatía y recetas exquisitas. Pero detrás de ese exitoso chef que conquistó los paladares del país y brilló en programas como ‘El Gran Premio de la Cocina’, se esconde una historia de vida tan sorprendente como sus creaciones culinarias. Un pasado turbulento, marcado por la violencia y el enojo juvenil, que dio un giro inesperado gracias a la fe, la cocina, y una buena dosis de autodescubrimiento.
De rugbier conflictivo a cocinero estrella
Si hoy hablamos de Christian Petersen es inevitable recordar su paso por la pantalla chica, donde su personalidad carismática y su expertise en la cocina se robaron el corazón de miles de televidentes. Sin embargo, la vida de este chef no siempre fue un plato servido. En una entrevista conmovedora en ‘Almorzando con Juana’, Petersen abrió su corazón para narrar su tormentosa adolescencia, una etapa marcada por la ira y la violencia que lo llevó a buscar continuamente peleas callejeras. Imaginen al ícono gastronómico, rodeado de ollas y sartenes en lugar de disputas callejeras. ¡Una metamorfosis completa!
Petersen, quien se definía a sí mismo como un ‘tincho’ de San Isidro, reconoce haber estado enojado con el mundo entero, frecuentando pandillas y buscando confrontaciones con cualquier adversario. A los 15 años, su violencia era la manifestación de su dolor por la muerte de su padre cuando él tan solo tenía 10. Era como si la furia le hubiera inundado el alma, convirtiéndose en una constante en su vida diaria. No era sólo el enojo juvenil, sino una profunda herida que lo empujaba a buscar la violencia.
La ausencia de su padre, la necesidad de cuidar a su madre, quien trabajaba sin descanso, generó en él una rabia que se expresaba en peleas callejeras. Esa rabia se convertía casi en un deporte, una rutina diaria que parece difícil de comprender para aquellos que solo conocen su actual perfil de chef apacible y divertido.
El joven Petersen vivía una vorágine de emociones negativas. La partida de su padre y las dificultades económicas sumieron a la familia en una espiral de incertidumbres y privaciones. El futuro parecía incierto, y la respuesta de Cristian fue canalizar su dolor en una conducta autodestructiva, lo cual es un acto comprensible dada la gravedad de la situación.
Un encuentro que cambió su destino
Sin embargo, como en las mejores historias, hay giros inesperados que cambian la narrativa para siempre. El cambio llegó de la mano del padre Montes, un sacerdote del Colegio Marín que no sólo vio en la madre de Petersen la necesidad de trabajo, sino el enorme valor de su espíritu. Cuando la madre se quedó sin trabajo, el cura le dio la posibilidad de emplearse en el comedor del Colegio Marín. De esta forma, la familia Petersen encontró una mano amiga en el momento más oscuro de su vida.
Christian, junto a sus hermanos, comenzó a trabajar en el colegio. Era una vida sencilla, de esfuerzo, pero encontró allí un puerto seguro. Era servir comida, limpiar, colaborar en las tareas cotidianas del colegio; un mundo de trabajo físico pero en un entorno tranquilo y familiar. Su participación en este proceso marcó un hito importante en la vida del cocinero.
De pronto, la cocina, que antes era sólo un espacio familiar, comenzó a tener un nuevo significado. La calma del Colegio Marín, sumado al trabajo diario y la experiencia con la iglesia lo llevaron por un camino totalmente diferente al que había tomado.
Un nuevo rumbo: el inesperado interés por el sacerdocio. Las misas de los viernes, las conversaciones con los curas, el simple hecho de formar parte de la comunidad religiosa le causaron un impacto enorme, un cambio de perspectiva importante. Y ahí fue cuando empezó a imaginar su vida dentro de la iglesia, una vocación que, de acuerdo a sus declaraciones, surgió por una mezcla de genuina admiración y la vanidad juvenil. “Yo pensaba que podía estar ahí, vestido de blanco, que las chicas me iban a mirar”, recuerda con humor. Incluso llegó a fantasear con llegar a ser obispo de San Isidro.
La posibilidad de ser cura se convirtió en una fascinación, algo que lo atraía profundamente. Él, con su personalidad extrovertida y comunicativa, vio en la iglesia una forma de ayudar a otros, de ser parte de algo grande y valioso. Esta fue una reflexión genuina, pero a su vez estaba mezclado con una fantasía algo infantil de su adolescencia. De todas maneras, la cocina fue quien lo salvó de ese rumbo.
El aroma de la redención: la cocina como camino de sanación
La cocina, entonces, se convirtió en su nuevo sendero. Colaborando en la preparación de alimentos para sacerdotes y cardenales, fue descubriendo la otra cara de la moneda de la iglesia, una perspectiva que quizás hubiese sido desconocida si no hubiera estado inmerso en ese mundo.
Fue cocinando para los religiosos, y compartiendo su tiempo con ellos que empezó a percibir las complejidades, las contradicciones y algunos aspectos menos ideales de la vida religiosa. Este fue un paso fundamental en su camino, que finalmente lo llevó a descubrir una vocación distinta, pero igualmente significativa: la cocina. Era una visión más completa de lo que representa la iglesia, la fe y su funcionamiento interno.
El aroma de las especias, el calor del fuego, la mezcla de sabores fueron una catarsis, una forma de expresar su creatividad y canalizar sus emociones. Poco a poco, el joven violento se transformó en un artista culinario. Dejaba atrás la violencia para dedicarse a crear arte culinario, que luego mostraría al público en cada uno de sus programas televisivos.
La cocina no sólo se convirtió en su profesión, sino en su terapia. En ese espacio creativo encontró la paz que tanto anhelaba, un lugar donde expresarse y reconciliar su pasado. La creación de platos, la combinación de sabores, las texturas y las emociones fueron elementos fundamentales en su proceso de sanación y maduración. Finalmente, un camino alejado de la violencia.
Hoy, Christian Petersen es un chef consagrado, un ejemplo de cómo la transformación personal es posible. Su historia, una mezcla de drama y redención, nos invita a reflexionar sobre la importancia de la fe, la resiliencia, y cómo la búsqueda de la paz interior puede llevarnos por caminos inesperados e infinitamente gratificantes. El aroma a especias y la serenidad en la cocina, hoy, marcan el camino para él.