Imagine un lienzo blanco, inmenso, donde el cielo se funde con el mar en un horizonte infinito de azules y grises. Ahora, pinte sobre él cinco figuras diminutas, cinco mujeres que avanzan con determinación hacia lo desconocido. Son Cruz, Marta, Patricia, Almudena y Macarena, cinco guerreras que han vencido al cáncer y que ahora se enfrentan a un nuevo desafío: conquistar la Antártida, el continente más inhóspito del planeta. Su viaje no es solo una aventura, es un grito de esperanza, un testimonio de resiliencia y una oda a la vida que florece incluso en los lugares más extremos.
Más allá del miedo: el eco de la quimioterapia en el rugido del Drake
El Paso de Drake, conocido como la ruta marítima más peligrosa del mundo, fue el primer obstáculo en su camino. Durante cuatro días, las olas implacables del océano austral azotaron la goleta El Doblón, poniendo a prueba la resistencia física y mental de las cinco expedicionarias. Mareos, vómitos y fatiga se convirtieron en compañeros de viaje, un eco lejano de las sesiones de quimioterapia que habían superado. Pero así como el cáncer no pudo doblegarlas, el Drake tampoco lo haría. Cada ola superada era una victoria, un recordatorio de su fuerza interior y de la determinación que las impulsaba hacia la Antártida.
En medio de la tormenta, encontraron refugio en la solidaridad y el compañerismo. La enfermera Marga, su ángel de la guarda, velaba por su bienestar, mientras que entre ellas se apoyaban, cubriendo las guardias y compartiendo las pocas fuerzas que les quedaban. La adversidad, en lugar de separarlas, las unió aún más, forjando un lazo indestructible entre mujeres que compartían una historia de lucha y superación.
Tuvimos un ángel de la guarda en nuestra enfermera Marga, que estuvo pendiente de todos, y entre nosotras cubríamos lo que una no podía hacer.
La Antártida: un espejo de la propia alma
El 1 de diciembre, la tierra emergió del horizonte como un espejismo blanco. La Isla Decepción, con su paisaje volcánico cubierto de nieve, les dio la bienvenida a un mundo surrealista. La inmensidad del continente blanco las empequeñeció, recordándoles la fragilidad de la vida y la grandeza de la naturaleza. Los icebergs azules, esculpidos por el viento y el tiempo, las hipnotizaron con su belleza gélida. Las ballenas, majestuosas, emergieron de las profundidades para saludarlas, como si la propia Antártida se regocijara con su llegada.
En la Base Gabriel de Castilla, una de las dos “embajadas” españolas en la Antártida, dejaron una bandera con un mensaje de esperanza para los trabajadores que llegarían en Navidad. Un gesto simbólico que resumía su viaje: “Sí se puede”. Sí se puede superar el cáncer, sí se puede desafiar los límites, sí se puede vivir una vida plena incluso después de tocar fondo.
Un baño helado, un renacer en aguas antárticas
El punto culminante de la expedición fue un baño improvisado en las aguas gélidas de la Antártida. Un acto de locura para algunos, un renacer para ellas. Sumergirse en ese mar helado fue como un bautismo, una purificación que lavaba los miedos y las dudas, dejando espacio para la alegría y la celebración de la vida. Un momento de conexión profunda con la naturaleza y consigo mismas, una experiencia que quedaría grabada para siempre en sus memorias.
El viaje a la Antártida fue una metáfora de sus propias vidas: un desafío tras otro, superado con coraje, y la certeza de que la vida es un regalo que hay que disfrutar en cada instante. Su mensaje resuena con fuerza: “No sabes cuánto te queda por disfrutar”. Una invitación a vivir el presente, a abrazar la aventura y a no dejar que el miedo nos paralice. Porque la vida, como la Antártida, es un territorio por explorar, lleno de belleza y desafíos, que espera ser conquistado.