En la práctica clínica contemporánea, la salud mental se encuentra cada vez más influenciada por la imagen y la objetivización. La escucha, elemento fundamental de la comprensión de la subjetividad del paciente, parece estar relegada a un segundo plano en detrimento de la observación basada en criterios clasificatorios de manuales diagnósticos.
La primacía de la imagen en el diagnóstico
El auge de los manuales diagnósticos, como el DSM-5, ha impulsado una práctica clínica basada en la observación de síntomas concretos, cuantificables y fácilmente identificables. Esta visión fragmentada del sufrimiento psíquico, centrada en la sintomatología observable, deja de lado la complejidad de la experiencia individual y la singularidad de cada paciente. La detallada lista de criterios diagnósticos, que en muchos casos no hacen más que objetivizar la experiencia personal del paciente, prioriza la eficiencia y la rapidez de diagnóstico, ignorando las complejidades emocionales, sociales y existenciales del sujeto que padece la enfermedad mental.
Este enfoque, influenciado por el pragmatismo americano, prioriza la observación directa por encima de la escucha, convirtiendo al clínico en un mero observador y clasificador de síntomas. La escucha profunda, empática y reflexiva, que posibilita la construcción conjunta de significado de las experiencias y el padecimiento del paciente, se ve reducida, dando lugar a diagnósticos superficiales que no abordan la profundidad de la enfermedad.
Los límites de la objetivación: ¿una mirada parcial?
La objetivación en la salud mental presenta una paradoja intrínseca. Busca comprender y atender al sufrimiento humano a través de sistemas de observación y categorización, olvidando que toda mirada implica una subjetividad. La lente con la que el clínico observa, inevitablemente, construye una interpretación parcial de la realidad, incluso con la rigurosidad y objetividad pretendidas. Las descripciones del TDAH, por ejemplo, con sus detallados puntos sobre movimiento excesivo, inatención y agitación, representan una representación parcial del fenómeno que ignora las dimensiones del significado personal y contextual del padecimiento para el paciente.
Al reducir la experiencia del paciente a una suma de criterios observables, se corre el riesgo de simplificar excesivamente su situación. Se deja de lado la historia personal, el entorno social, el sistema familiar, las circunstancias culturales y la interpretación personal que el individuo hace de su propio sufrimiento. Todo ello forma parte fundamental de una comprensión holística de la enfermedad mental, que el método observacional basado exclusivamente en parámetros listados, ignora.
El auge del diagnóstico automático: ¿un futuro sin clínicos?
La búsqueda de la eficiencia en el diagnóstico ha generado una carrera hacia la automatización de los procesos de evaluación. La Inteligencia Artificial (IA) se presenta como una herramienta capaz de procesar gran cantidad de datos y ofrecer un diagnóstico basado en patrones observacionales. Sin embargo, la posibilidad de un futuro clínico mediado casi exclusivamente por la IA preocupa, ya que esto llevaría a una mayor deshumanización de la atención a la salud mental.
En la actualidad ya se utiliza la IA como auxiliar de diagnóstico, y, sin duda, puede resultar provechosa. No obstante, la IA, por más avanzada que sea, no puede comprender la complejidad de la experiencia subjetiva ni la singularidad de la vida emocional. La posibilidad de reducir la figura del clínico a la de un observador de datos, sin la profundidad de la escucha y el encuentro humano, supondría una pérdida irreparable para la práctica clínica. La relación terapéutica, la escucha empática y el trabajo con la singularidad del paciente son insustituibles.
Reflexiones finales: la importancia de la escucha clínica
La priorización de la imagen y la clasificación en la salud mental representa una simplificación preocupante de un fenómeno complejo y multidimensional. Si bien las herramientas diagnósticas actuales son útiles para una primera aproximación y para estructurar la investigación, es crucial no dejar de lado el peso crucial de la subjetividad en el diagnóstico. El conocimiento, la formación y la intuición del clínico son imprescindibles, y jamás pueden verse completamente sustituidas por un sistema de parámetros codificados y algoritmos. Es necesario recuperar el espacio de la escucha y la construcción conjunta del significado que hace a la base de la comprensión y atención de la salud mental.
Como profesionales, debemos promover una visión integradora de la salud mental, reconociendo la importancia de la experiencia subjetiva y buscando metodologías que combinen la observación objetiva con una escucha profunda y una relación terapéutica basada en la confianza y la empatía. Solo así podemos garantizar una atención efectiva, humana y que dé prioridad al bienestar integral del paciente.