El humo se eleva, tiñendo el cielo de un gris ominoso. El aire, denso y acre, dificulta la respiración. El crujir del fuego devorando la vegetación se mezcla con el lamento de los animales que huyen despavoridos. Córdoba, una vez más, se encuentra en llamas. Cerca de 100.000 hectáreas han sido consumidas por el fuego en lo que va del año, un recordatorio brutal de la fragilidad de nuestros ecosistemas y la urgencia de actuar para protegerlos.
Un desastre ambiental de magnitudes alarmantes
La temporada de incendios de 2024 quedará grabada en la memoria de los cordobeses como una de las más destructivas de la historia reciente. Las llamas no solo han arrasado con vastas extensiones de pastizales y matorrales, sino que también han penetrado en el corazón de los bosques nativos, poniendo en peligro uno de los mayores tesoros ambientales de la provincia. De las casi 100.000 hectáreas quemadas, unas 5.000 corresponden a bosques nativos, ecosistemas vitales para la biodiversidad, la regulación del clima y la provisión de agua.
Esta cifra, aunque impactante por sí sola, adquiere una dimensión aún más trágica cuando se la analiza en perspectiva histórica. Córdoba ha perdido ya el 97% de sus bosques nativos originales. Lo que hoy arde es el remanente de un patrimonio natural invaluable, que alguna vez cubrió 12 millones de hectáreas y que hoy se reduce a apenas un 3% de su extensión original. Cada incendio nos acerca peligrosamente a un punto de no retorno, donde la recuperación de estos ecosistemas se vuelve prácticamente imposible.
Las áreas protegidas, también bajo amenaza
La situación se agrava aún más al constatar que el fuego no ha discriminado entre zonas. Las llamas han alcanzado áreas protegidas, santuarios de biodiversidad que deberían estar bajo el más estricto cuidado. La Reserva Natural de la Defensa La Calera, con casi 4.800 hectáreas quemadas, es un ejemplo desgarrador del alcance del desastre. A esta se suman otras áreas protegidas como el Parque Nacional Traslasierra y la Reserva Hídrica Pampa de Achala, que también han sufrido pérdidas significativas.
Estos espacios no solo albergan una gran variedad de especies animales y vegetales, muchas de ellas endémicas y en peligro de extinción, sino que también cumplen funciones esenciales para el equilibrio ambiental de la región. La destrucción de estos ecosistemas tiene consecuencias devastadoras a largo plazo, afectando la calidad del agua, la regulación del clima y la capacidad de la naturaleza para recuperarse de futuras perturbaciones.
Más allá de los árboles: el impacto social de los incendios
Los incendios no solo destruyen la naturaleza; también dejan una profunda huella en las comunidades que dependen de ella. En Córdoba, 42 familias han perdido sus hogares a causa del fuego. La pérdida de viviendas, medios de subsistencia y el desplazamiento forzado son solo algunas de las consecuencias que enfrentan quienes viven en las zonas afectadas. A esto se suma el impacto en la salud, con el humo y las cenizas provocando problemas respiratorios y otras afecciones, especialmente en niños y adultos mayores.
Es fundamental comprender que los incendios forestales no son eventos aislados, sino que están intrínsecamente ligados a las actividades humanas y a las condiciones climáticas. La deforestación, la expansión de la frontera agrícola y el cambio climático, con sus sequías prolongadas y temperaturas extremas, crean un escenario propicio para la propagación del fuego. Sin embargo, la negligencia y la intencionalidad también juegan un papel importante en el origen de muchos incendios.
¿Qué podemos hacer? La hora de la prevención y la acción
Ante esta situación crítica, es imperativo que las autoridades implementen políticas públicas integrales que aborden las causas estructurales de los incendios. Esto implica fortalecer los mecanismos de prevención, como la educación ambiental, el control de quemas y la creación de cortafuegos. También es necesario invertir en la capacitación y el equipamiento de los bomberos y brigadistas, quienes arriesgan sus vidas para combatir las llamas.
Pero la responsabilidad no recae únicamente en el Estado. Cada uno de nosotros puede contribuir a la prevención de incendios. Evitar las quemas, respetar las restricciones de acceso a zonas de riesgo y denunciar cualquier actividad sospechosa son acciones individuales que pueden marcar la diferencia. Además, es fundamental exigir a las autoridades que asuman su responsabilidad en la protección de nuestros bosques y la implementación de políticas ambientales efectivas.
El futuro de los bosques nativos de Córdoba está en juego. No podemos permitir que la desidia y la inacción nos condenen a un paisaje desolado. Es hora de actuar, de exigir un cambio profundo en la forma en que nos relacionamos con la naturaleza. El tiempo se agota, y las llamas siguen avanzando.