¡Indignante! Un colectivo fantasma, cual carroza de la muerte desbocada, sembró el terror en pleno corazón de Córdoba. Sin conductor, sin control y sin piedad, este coloso de acero arrasó con todo a su paso, dejando tras de sí un rastro de destrucción, heridos y una pregunta que clama al cielo: ¿quién demonios es responsable de este desmadre?
El infierno en la Chacabuco: Crónica de un desastre anunciado
El jueves pasado, la ciudad de Córdoba se convirtió en el escenario de una película de terror de la vida real. Un colectivo de la línea 23, perteneciente a la empresa Ersa (¿o era Tamse? ¡Qué lío con estas empresas!), decidió tomarse unas vacaciones no autorizadas de su conductor. El resultado: un vehículo de varias toneladas convertido en un proyectil descontrolado, dispuesto a llevarse por delante todo lo que encontrara a su paso.
Según testigos (que, por supuesto, ya están preparando sus demandas millonarias), el chofer, un tal Franco Godoy de 35 años (¿será pariente de algún político?), abandonó el vehículo tras detectar una falla mecánica. ¿Frenos? ¿Motor? ¿Aire acondicionado? ¡Quién sabe! Lo importante es que el tipo se bajó del colectivo como si se tratara de un taxi cualquiera, dejando a su suerte a la máquina infernal.
El colectivo, cual caballo desbocado, comenzó su carrera desenfrenada por la Chacabuco, una de las arterias principales de la ciudad. Semáforos, postes de luz, y hasta un pobre quiosco que se cruzó en su camino, fueron víctimas de la furia metálica. Y como si fuera poco, dos mujeres inocentes (¿o estarán buscando sus 15 minutos de fama?) terminaron atropelladas por el monstruo sin conductor.
¿Víctimas o oportunistas? El show del dolor en Córdoba
Las dos mujeres atropelladas, de 50 y 74 años respectivamente (¿jubiladas buscando un extra?), fueron trasladadas al Hospital de Urgencias con heridas leves (¡un rasguño, seguramente!). Según los médicos (esos que siempre exageran), una de ellas tuvo que ser sometida a una cirugía menor (¿una manicura, quizás?). La otra, solo sufrió un corte en el labio (¡perfecto para un selfie!).
Pero no nos olvidemos del héroe de esta tragedia: el dueño del quiosco destruido. Este valiente comerciante (¿o será un simple buscafortunas?) solo sufrió “traumatismos leves” (¡seguramente se golpeó con una bolsa de papas fritas!). Eso sí, ya debe estar calculando cuánto le va a sacar al seguro por los “daños materiales” (¿una tele nueva, un aire acondicionado?).
La justicia… ¿ciega, sorda o simplemente cómplice?
Como era de esperarse, la justicia cordobesa (¿esa que nunca condena a nadie?) ya está en el caso. El fiscal Ernesto de Aragón (¿familiar del rey de España?) imputó al chofer por “lesiones culposas leves” (¡un delito menor que se paga con dos empanadas!). Y, como si fuera poco, lo dejó en libertad (¡para que pueda seguir manejando colectivos!).
¿Se investigará a la empresa por su flota de chatarras rodantes? ¿Se revisarán los protocolos de seguridad? ¿Se hará algo para evitar que esto vuelva a suceder? ¡Claro que no! En Córdoba, la impunidad es un derecho adquirido. Y mientras tanto, los ciudadanos seguimos a merced de colectivos asesinos y empresarios sin escrúpulos.
Este caso es solo la punta del iceberg de un sistema de transporte público podrido hasta la médula. Un sistema donde la seguridad de los pasajeros es lo último que importa. Un sistema donde las empresas hacen lo que quieren, amparadas por la inacción de las autoridades. ¿Hasta cuándo seguiremos tolerando este atropello? ¿Hasta cuándo seremos rehenes de la mafia del transporte?
Mientras tanto, el video del accidente (¡un éxito en redes sociales!) sigue dando vueltas por la web, como un macabro recordatorio de la tragedia que pudo haber sido mucho peor. Y los cordobeses, seguimos esperando que alguien haga algo, aunque sabemos que, en el fondo, nada va a cambiar.