El dólar, ese billete verde que tanto nos obsesiona, vuelve a ser el protagonista de la escena económica argentina. Y como en un déjà vu, Luis Caputo, el economista que ya supo lidiar con tormentas financieras, regresa al centro del ring para intentar domar a la bestia cambiaria. Su plan: una mezcla de ortodoxia y pragmatismo, con intervenciones del Banco Central para calmar la volatilidad y una fuerte presión a las empresas para que controlen los precios. ¿Funcionará esta vez la receta?
La estrategia de Caputo: entre la intervención y la persuasión
Caputo apuesta a un doble juego: por un lado, el Banco Central interviene en el mercado cambiario para evitar saltos bruscos del dólar. La idea es mostrar presencia, enviar una señal de que el Gobierno está atento y no permitirá que la situación se descontrole. Pero, al mismo tiempo, Caputo sabe que las intervenciones no pueden ser eternas. Las reservas del Banco Central, aunque se recuperaron tras la llegada de Milei, no son infinitas.
Por eso, la otra pata del plan es la presión a las empresas. Caputo les ha pedido, casi les ha exigido, que reduzcan sus costos y controlen los precios. El mensaje es claro: si quieren un dólar estable, deben poner de su parte. No alcanza con que el Gobierno intervenga en el mercado; también es necesario que las empresas acompañen con una política de precios responsable. La baja del impuesto PAIS es la zanahoria que ofrece el Gobierno; el garrote es la amenaza de una mayor inflación y una posible devaluación si las empresas no cumplen.
¿Es sostenible el plan de Caputo?
Aquí es donde entran las dudas. La consultora Empiria, dirigida por el ex ministro Hernán Lacunza, advierte sobre la fragilidad de la situación. El déficit de la cuenta corriente, financiado con un superávit de la cuenta capital, es una señal de alerta. En términos más sencillos: estamos gastando más dólares de los que ingresan, y lo estamos cubriendo con deuda. ¿Hasta cuándo se puede sostener esta situación?
El riesgo es que, si las reservas del Banco Central comienzan a disminuir drásticamente, la presión sobre el dólar se vuelva insostenible. Y en ese escenario, ni las intervenciones ni la persuasión a las empresas podrán evitar un salto brusco del tipo de cambio. La caída del riesgo país y el alza de los bonos son datos positivos, pero no suficientes para garantizar la estabilidad a largo plazo.
El fantasma de la inflación
La inflación es la otra gran amenaza que se cierne sobre el plan de Caputo. Si los precios no se controlan, la devaluación se convierte en una profecía autocumplida. La pérdida de competitividad de la economía argentina es un hecho; si la inflación sigue alta, la brecha cambiaria se ampliará y la presión sobre el dólar será aún mayor. Por eso, el Gobierno apuesta a que la inflación comience con “3” en septiembre, una meta ambiciosa que requiere un fuerte compromiso de las empresas y una política monetaria prudente.
Un juego de equilibrios y riesgos
El plan de Caputo es un delicado juego de equilibrios. Si las empresas responden a la presión del Gobierno y la inflación se modera, la estrategia podría funcionar. Pero si alguno de estos factores falla, el escenario podría complicarse rápidamente. Las reservas del Banco Central, la evolución de la inflación y la respuesta del sector privado son las variables clave que determinarán el éxito o el fracaso del plan. Y, como siempre, el dólar tendrá la última palabra.
Mientras tanto, los argentinos seguimos observando con atención, con la esperanza de que esta vez la tormenta cambiaria no nos arrastre. La experiencia de Caputo, sumado al pragmatismo que ha mostrado Milei en sus primeros meses de gestión, genera cierta confianza. Pero la historia argentina nos enseña que en materia económica, nunca se puede cantar victoria antes de tiempo.
En definitiva, el éxito del plan de Caputo dependerá de una combinación de factores: la confianza del mercado, la capacidad del Gobierno para controlar la inflación y el compromiso de las empresas para acompañar el proceso. Solo el tiempo dirá si esta apuesta por la estabilidad dará sus frutos o si, por el contrario, nos encontraremos una vez más frente a una nueva crisis cambiaria.