La noticia resonó como un trueno en la madrugada. Jorge Lanata, el periodista que incomodó a presidentes y destapó cloacas de corrupción, el hombre que hizo del periodismo un espectáculo y de la pregunta un arma, se había ido. A los 64 años, un cuerpo castigado por excesos y dolencias dijo basta, pero su voz, ronca y desafiante, seguirá resonando en el éter de la memoria colectiva argentina.
El irreverente que nació en Mar del Plata
Lanata no fue un periodista más. Fue un agitador, un provocador, un hombre que entendió que el periodismo, además de informar, debía interpelar. Y lo hizo a su manera, sin pedir permiso, con un estilo mordaz e irreverente que le granjeó tantos admiradores como detractores. Supo construir un imperio mediático desde las cenizas de la dictadura, fundando Página/12, un diario que desafió los cánones del periodismo tradicional con titulares punzantes y una mirada ácida sobre el poder.
En la radio, su voz se convirtió en un imán para las audiencias. “Lanata sin Filtro” no era solo un programa, era una catarsis colectiva donde se desmenuzaban las miserias de la política con humor ácido y un lenguaje coloquial que rompía con la solemnidad de los análisis tradicionales. Y en televisión, con “Periodismo Para Todos”, llevó la investigación periodística a niveles de audiencia insospechados, destapando casos de corrupción que estremecieron al país. “La ruta del dinero K” fue su obra maestra, un golpe al corazón del poder que le valió el reconocimiento internacional y la furia del kirchnerismo.
Más allá del personaje: la fragilidad del hombre
Detrás del personaje mediático, del showman que se reía de sí mismo y de sus excesos, había un hombre vulnerable, con una salud frágil y una historia personal marcada por el dolor. Un trasplante de riñón en 2015 le dio una segunda oportunidad, pero la enfermedad siempre lo acechó. Su vida personal, tan tumultuosa como su carrera, también fue objeto de escrutinio público, con cinco matrimonios y conflictos familiares que se ventilaron en los medios.
Pero Lanata nunca se victimizó. Asumió sus contradicciones, sus errores y sus demonios con la misma honestidad brutal con la que enfrentaba al poder. Se comparaba con el señor Keuner de Brecht, un personaje que se angustiaba ante la idea de permanecer inmutable con el paso del tiempo. Lanata entendía que cambiar, evolucionar, era la única forma de mantenerse vivo, tanto en el periodismo como en la vida.
Un legado que trasciende las pantallas
Su muerte deja un vacío enorme en el periodismo argentino. No habrá otro Lanata, con su mezcla única de talento, audacia y desmesura. Pero su legado trasciende los programas de radio y televisión, las portadas de diarios y las investigaciones periodísticas. Lanata nos enseñó que el periodismo puede ser un arma poderosa para fiscalizar al poder, para incomodar a los poderosos y para dar voz a los que no la tienen. Nos enseñó que preguntar es un acto de rebeldía, un derecho fundamental que debemos ejercer sin miedo.
Nos enseñó, también, que el periodismo puede ser entretenido, que la información no tiene por qué ser aburrida. Sus monólogos iniciales en “Periodismo Para Todos”, con su formato de stand up, eran una clase magistral de humor y sarcasmo, una forma de conectar con la audiencia a través de la risa y la ironía. “Entretener es nuestra obligación profesional”, decía, y lo cumplía con creces.
Jorge Lanata se ha ido, pero su voz seguirá resonando en las redacciones, en las aulas de periodismo y en la memoria de todos aquellos que creemos en el poder transformador de la información. Su muerte no es un punto final, sino un punto seguido en la lucha por un periodismo libre, independiente y comprometido con la verdad.
En cada periodista que se atreve a preguntar, en cada ciudadano que exige transparencia, en cada joven que sueña con un país mejor, estará presente el espíritu inconformista de Jorge Lanata, el periodista que nunca dejó de hacer preguntas.
“Soy periodista porque tengo preguntas. Si tuviera respuestas sería político, religioso o crítico.” – Jorge Lanata