El sol comenzaba a ocultarse tras las sierras cordobesas, pintando el cielo con tonos rojizos y anaranjados, cuando la noticia llegó a la comisaría local: Antonia Lauriana Díaz, una mujer de 65 años, no había regresado a su hogar tras salir a cazar quirquinchos en la mañana. La serenidad del paisaje contrastaba con la creciente angustia que se apoderaba de la comunidad de Chancaní, en Traslasierra. Cada minuto que pasaba era una puñalada en el corazón de sus familiares y amigos, que conocían bien los riesgos que escondía la vasta extensión de la Estancia Balde Viejo, en el Paraje Puerta Negra.
La búsqueda desesperada en la inmensidad del monte
La policía, con la premura que exige la situación, desplegó un megaoperativo de búsqueda. Más de 45 efectivos, entre bomberos, agentes del DUAR (Departamento Unidades de Alto Riesgo), Patrulla Rural y la División Canes, se adentraron en la oscuridad del monte, provistos de linternas, equipos de rastreo y la esperanza de encontrar a Antonia con vida. El terreno agreste, cubierto de arbustos espinosos y quebradas profundas, dificultaba la tarea de los rescatistas, que avanzaban palmo a palmo, siguiendo cualquier rastro que pudiera indicar el paradero de la mujer desaparecida.
La descripción de Antonia, difundida por las autoridades, se repetía en cada conversación: 1,60 metros de altura, tez oscura, cabello corto y gris, vestida con jeans azules y un abrigo de lana. Una imagen que se grabó en la mente de cada voluntario, que se aferraba a la posibilidad de encontrarla refugiada bajo algún árbol, o esperando auxilio en alguna cueva. La noche se hacía cada vez más fría, y la preocupación aumentaba con cada hora que transcurría.
El viento, que soplaba con fuerza entre las sierras, llevaba consigo el murmullo constante de los rescatistas, que se comunicaban entre sí con radios y silbatos. Los perros ladraban, siguiendo el rastro de Antonia, mientras los bomberos, con sus linternas, iluminaban los rincones más oscuros del monte. La tensión era palpable, y el silencio solo se rompía por el crujir de las ramas bajo las pisadas de los rescatistas, o el lejano ulular de un búho.
La angustia de la espera y la incertidumbre del futuro
En el hogar de Antonia, la espera se hacía insoportable. Familiares y amigos se reunían, compartiendo el mate amargo y las escasas noticias que llegaban del operativo. Las lágrimas se mezclaban con las plegarias, y la esperanza se aferraba a un hilo cada vez más delgado. La incertidumbre sobre el destino de Antonia carcomía los ánimos, y el silencio se hacía más pesado con cada hora que pasaba sin novedades.
Los vecinos de Chancaní, conmovidos por la situación, se organizaron para colaborar en la búsqueda. Algunos llevaban alimentos y bebidas para los rescatistas, mientras que otros se sumaban al operativo, recorriendo los alrededores del Paraje Puerta Negra. La solidaridad de la comunidad se hacía patente en cada gesto, en cada palabra de aliento, en cada abrazo que se compartía en el silencio de la noche.
Antonia, conocida por su carácter afable y su amor por la naturaleza, era una figura querida en la comunidad. Su desaparición dejó un vacío que se sentía en cada rincón del pueblo. Las historias sobre su vida, sus anécdotas y su alegría contagiosa se repetían una y otra vez, como un intento de mantener viva su presencia en medio de la angustia.
Un llamado a la esperanza en la lucha contra el tiempo
A medida que las horas se convertían en días, la búsqueda de Antonia se intensificaba. La policía amplió el radio de acción, utilizando drones y helicópteros para rastrear la zona desde el aire. Las autoridades hicieron un llamado a la colaboración ciudadana, solicitando a cualquier persona que tuviera información sobre el paradero de Antonia que se comunicara con la comisaría más cercana.
La noticia de la desaparición de Antonia trascendió las fronteras de Córdoba, generando conmoción en todo el país. Las redes sociales se convirtieron en un canal para difundir su imagen y pedir por su pronta aparición. La solidaridad de la gente se hacía sentir a través de mensajes de apoyo, cadenas de oración y donaciones para ayudar a la familia en estos momentos difíciles. La esperanza, aunque frágil, se mantenía viva, impulsada por la fuerza del amor y la solidaridad humana.
Mientras la búsqueda continúa, la comunidad de Chancaní se une en un solo corazón, esperando el regreso de Antonia. Cada amanecer trae consigo una nueva oportunidad para encontrarla, y la determinación de los rescatistas no se desvanece. La historia de Antonia se ha convertido en un símbolo de la lucha contra el tiempo, de la fuerza de la esperanza y de la solidaridad que une a un pueblo en momentos de adversidad.