El silencio se ha roto. Los pasillos de las facultades de Medicina en Chile, antes llenos de sueños y aspiraciones, ahora resuenan con el eco de una tragedia silenciada por demasiado tiempo: el suicidio de estudiantes. La reciente muerte de Pablo Leiva Inzunza, estudiante de la Universidad de Valparaíso, ha removido las conciencias y ha puesto en evidencia una realidad brutal: la formación médica en Chile está enfermando a sus futuros médicos.
Un sistema que aplasta en lugar de formar
El caso de Pablo no es aislado. Se suma a una lista creciente de jóvenes que han sucumbido ante la presión, el maltrato y la falta de apoyo en un sistema que prioriza la exigencia académica por encima del bienestar humano. Las denuncias de estudiantes de diversas universidades pintan un panorama desolador: jornadas extenuantes, humillaciones por parte de superiores, falta de supervisión adecuada y una cultura que normaliza el maltrato como parte del proceso de aprendizaje.
Los estudiantes describen un ambiente tóxico en hospitales y centros de salud donde las prácticas, lejos de ser formativas, se convierten en un campo de batalla para la supervivencia emocional. La competencia desmedida, la presión por el rendimiento y el miedo a ser juzgado como “débil” crean un cóctel explosivo que detona en ansiedad, depresión y, en los casos más extremos, en suicidio.
Muchos jóvenes llegan a las facultades de Medicina con una vocación de servicio, un deseo genuino de ayudar a otros. Sin embargo, se enfrentan a un sistema que los deshumaniza, los convierte en números y los somete a una presión insoportable. ¿Cómo esperar que estos futuros médicos cuiden la salud de los demás si el propio sistema destruye la suya?
El grito desesperado de los estudiantes
Ante la inacción de las autoridades, los estudiantes han alzado la voz. Paros, manifestaciones y denuncias en redes sociales son el grito desesperado de quienes se sienten abandonados por las instituciones que deberían protegerlos. Exigen cambios profundos en la currícula, en la supervisión de las prácticas, en la cultura de maltrato que impera en muchos centros de salud.
La Universidad de Valparaíso, tras el suicidio de Pablo, decretó jornadas de reflexión y anunció una investigación. Medidas que, si bien son necesarias, llegan tarde para Pablo y para otros que ya no están. ¿Cuántas muertes más se necesitan para que se implementen cambios reales y se garantice la salud mental de los estudiantes?
¿Qué futuro le espera a la medicina chilena?
La crisis de salud mental en las facultades de Medicina no es solo un problema estudiantil, es un problema de salud pública. Un sistema que forma médicos bajo presión, maltrato y sin apoyo emocional está condenado a graduar profesionales con altas tasas de burnout, depresión y ansiedad. ¿Cómo puede un médico brindar una atención de calidad si su propia salud mental está comprometida?
Es hora de que las universidades, los hospitales y el Ministerio de Salud asuman su responsabilidad en esta crisis. Se necesitan medidas urgentes y concretas para cambiar la cultura de maltrato, implementar programas de apoyo emocional y garantizar que la formación médica sea un proceso humano y no una carrera de obstáculos que destruye la salud mental de los estudiantes.
El futuro de la medicina chilena está en juego. Es imperativo actuar ahora, antes de que más vidas se pierdan en el silencio y la indiferencia