La XXIX Cumbre Iberoamericana, celebrada en Ecuador, concluyó sin un comunicado conjunto, reflejando la profunda división entre los países participantes. A pesar de la temática oficial –”Innovación, Inclusión y sostenibilidad”–, el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y la inminente crisis en Venezuela eclipsaron la agenda prevista, generando un ambiente de tensión y falta de consenso.
El regreso de Trump y sus implicaciones para la región
El posible impacto de un nuevo gobierno de Trump en Estados Unidos fue un tema central en las conversaciones privadas. Algunos representantes, como el vicecanciller uruguayo Nicolás Albertoni, expresaron la necesidad de un acercamiento entre Estados Unidos y América Latina, superando la problemática política migratoria. Señaló una expectativa positiva, rechazando anticipaciones de crisis.
Sin embargo, las declaraciones de Trump sobre el aumento de aranceles a las importaciones generaron incertidumbre. Mientras algunos países, como Chile, confían en la estabilidad de sus tratados de libre comercio, otros apuestan por mantener sus estrechos vínculos históricos con EEUU, buscando avanzar en la relación bilateral, a pesar del cambio de administración.
La crisis en Venezuela: una fractura en la unidad iberoamericana
La situación en Venezuela, con la inminente toma de posesión presidencial, fue un foco de preocupación mayor. Diversas posturas se manifestaron; algunos reconocen a Edmundo González Urrutia como ganador de las elecciones, otros desconocen a Nicolás Maduro, y otros no reconocen a ninguno de ambos. Esta división refleja la fragmentación política regional.
Países como Panamá, Ecuador, Uruguay, Argentina, Perú y Costa Rica reconocen a González, mientras que Chile mantiene una postura neutral, esperando a ver el desarrollo de los acontecimientos. El vicecanciller uruguayo lo define como una amenaza de dictadura en caso de que González no asuma la presidencia.
Ausencia de presidentes y falta de consenso: un reflejo de la realidad política
La cumbre se caracterizó por la ausencia casi total de presidentes latinoamericanos, resaltando la fragmentación y las dificultades para alcanzar un consenso regional. Sólo el presidente de Ecuador, Daniel Noboa, participó, junto con los representantes de Portugal, Andorra y el Rey de España. Incluso México, tras la ruptura de relaciones con Ecuador, no envió ningún representante.
La falta de acuerdo para una declaración conjunta subraya la complejidad de las relaciones interregionales. Las diferencias, sobre todo entre Argentina y Cuba en relación al bloqueo de Estados Unidos contra Cuba, imposibilitaron la firma de un documento conjunto. A pesar de que se abordaron 24 temas de interés común, la falta de una declaración final resalta la dificultad en lograr acuerdos sólidos en un contexto de gran polarización política.
El futuro de la cooperación iberoamericana: retos y desafíos
La XXIX Cumbre Iberoamericana deja un sabor agridulce. Si bien se reconoció la importancia de temas cruciales como la lucha contra el crimen organizado, el empleo juvenil y la desnutrición infantil, la falta de unidad y consenso amenaza la efectividad de la cooperación regional. El enfoque en temas inmediatos –como el retorno de Trump y la crisis venezolana– oscureció el impacto de la agenda de innovación, inclusión y sostenibilidad.
El reto para el futuro es evidente: reconstruir la confianza entre los países iberoamericanos, superando las diferencias ideológicas y las tensiones bilaterales. Sólo a través del diálogo y la búsqueda de puntos en común, se podrá avanzar hacia una cooperación efectiva, logrando implementar medidas para mejorar la vida de las poblaciones, sin dejar de lado la importancia de temas urgentes y de la preservación de la democracia en la región. El evento en España en 2026 dependerá del trabajo diplomático que se pueda realizar hasta ese momento.